Llega la hora de la cena y abres la refrigeradora en busca de inspiración. Nada te entusiasma, así que decides pedir algo. Quizás probarás un nuevo restaurante o llamarás a ese sitio que nunca te falla. Suena a buen plan. Sin embargo, este escenario es ajeno a millones de personas alrededor del mundo. ¿Te imaginas abrir tu alacena y no encontrar absolutamente nada para comer? Ni siquiera un pan duro que te permita mitigar el hambre. Dos realidades completamente diferentes bajo la misma premisa: “No hay nada para comer”.
Esta poderosa perspectiva nos ofrece la campaña del Banco de Alimentos Perú (BAP), lanzada en julio de este año para concientizar a la población sobre la difícil realidad que enfrentan millones de peruanos. Aquí, dos personas pronuncian la misma frase, pero sus situaciones económicas, completamente diferentes, dan lugar a significados notablemente distintos. Una expresa su descontento al no encontrar un alimento que le guste, mientras que la otra revela, literalmente, su falta de alimento.
Pero ¿por qué resulta especialmente importante este spot publicitario? Porque el contexto detrás de él refleja un grave problema a nivel mundial.
La inseguridad alimentaria
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la inseguridad alimentaria se define como la falta de acceso regular a suficientes alimentos nutritivos para un desarrollo normal y saludable. Esta situación puede surgir por la escasez de alimentos en una locación determinada o debido a la falta de recursos para obtenerlos.
Así, con un acceso incierto a los alimentos, existe una alta probabilidad que las personas se vean obligadas a sacrificar otras necesidades básicas solo para poder llevarse algo a la boca. Además, la limitación económica les fuerza a optar por aquello que puedan conseguir con mayor facilidad y al menor precio posible, lo que a menudo significa comida con pocos nutrientes. Esto genera problemas de salud a largo plazo.
Los principales efectos: la desnutrición y la obesidad. Dos enfermedades que coexisten en muchos países y que pueden ser consecuencia directa de la inseguridad alimentaria. A ellas se suman otras formas de malnutrición, como la anemia, así como el riesgo a desarrollar enfermedades crónicas, como la diabetes, especialmente si quienes se enfrentan esta carencia son niños.
El impacto del COVID-19
Si la malnutrición y la hambruna ya eran problemas preocupantes para la ONU en el 2015, año en el que establecieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), para 2023 (último estudio publicado) la situación se volvió alarmante.
La prevalencia de inseguridad alimentaria, moderada o grave, sigue muy por encima de niveles pre-pandemia. Se estima que, en 2023, el 28.9% de la población mundial padeció este problema, lo que equivale a unos 2 330 millones de personas aproximadamente. ¡Más de un tercio de la población mundial!

El COVID-19 ha empeorado esta crisis, aumentando la inseguridad alimentaria en todo el mundo. Creditos: https://sdgs.un.org/es
En Perú, la cifra se duplicó, de forma que, en 2022, la FAO lo consideró el país con mayor inseguridad alimentaria de Sudamérica. Con más de la mitad de la población afectada, los niveles de anemia y obesidad que enfrenta también aumentaron significativamente.
El aumento de la pobreza, empeorada por la crisis mundial del combustible y escasez de fertilizantes, afectó terriblemente a una población que aún no se recupera de los estragos de la pandemia. La inflación desmedida en los precios de alimentos, acrecentada por los efectos notables del cambio climático en la agricultura, hicieron que sea casi imposible acceder a una alimentación saludable para más de la mitad del país. Una dieta que tendría un costo mínimo de $3.50 por día.
El Banco del Perú
Con más de 16.6 millones de peruanos enfrentando la inseguridad alimentaria, el Banco de Alimentos Perú (BAP) tiene una ardua lucha por delante.
Este banco, fundado en 2014 y avalado por The Global FoodBanking Network, sabe que, así como en Perú se come rico, también existen muchas familias que no tienen asegurado su próximo alimento. De hecho, indican que, de cada 10 peruanos, 6 que han pasado al menos un día sin comer.

Así, la misión de esta organización es luchar contra el hambre y el desperdicio de alimentos en el país. Actúan como intermediarios entre empresas que tienen productos con corta fecha de vencimiento, excesos de producción o fallas en el empaque, y las poblaciones vulnerables. De esta manera, rescatan alimentos que ya no tienen valor comercial pero que aún son aptos para el consumo humano y cumplen con altos estándares de calidad. Actualmente, han llevado ayuda a 19 regiones del país.
Además, el BAP realiza diversas actividades para recaudar fondos y concientizar a la población sobre las adversidades que enfrentan sus compatriotas. Tal como dicen, una donación puede marcar la diferencia en una situación crítica, determinando entre comer o no comer.
El desperdicio alimentario
Hambre y desperdicio. Dos opuestos que se entrelazan para formar una trágica paradoja.
Según el BAP, en Perú se desperdician 9 millones de toneladas de comida al año. En el mundo, la cifra asciende a 1050 millones de toneladas de acuerdo con datos de la ONU. Dicho de otro modo, serían unos 132kg por persona o unos 1000 millones de platos de comida al día. Todo esto mientras un tercio de la humanidad atraviesa la inseguridad alimentaria.
El desperdicio de alimentos es una tragedia mundial. Millones de personas pasarán hambre hoy debido al desperdicio de alimentos en todo el mundo”-Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
Desperdiciamos una quinta parte de todos los alimentos disponibles para el consumo humano. De este total, un 60% de desechos proviene de hogares, un 28% de proveedores de servicios alimentarios y el 12% restante, del comercio minorista. Todos somos responsables.
Y las cifras continúan: estos desechos generan entre el 8 y 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, un coste equivalente al billón de dólares para la economía global y una perdida importante de biodiversidad al ocupar un área similar a casi un tercio de las tierras agrícolas del mundo. Datos sumamente preocupantes que nos muestran la realidad detrás de los alimentos que cosechamos, pero no consumimos. No por nada uno de los objetivos de los ODS es reducir a la mitad el desperdicio de alimentos de aquí a 2030. A como vamos, el camino aún parece lejos de terminar.

La mayor parte del desperdicio de alimentos ocurre en el consumo doméstico, lo que resalta la importancia de tomar medidas para reducir el desperdicio en nuestras casas.
Al menos, espero que la próxima vez que abras tu refrigerador y encuentres qué comer, sepas lo afortunado que eres y no dejes que tus alimentos se echen a perder.
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