Impresionantes fiordos que se asoman al océano Atlántico, montañas incontaminadas con verdes acantilados, una naturaleza en estado puro para descubrir y explorar en las increíbles Islas Faroe. Sin embargo, de lo que no habla en sus páginas turísticas es de la tradición ancestral que, tristemente, las hace famosas hoy en día: la matanza de cetáceos.
El Grindadràp es una pesca de cetáceos tradicional en las Islas nórdicas Faroe que se remonta al año 1584. Por aquel entonces, los faroeses cazaban ballenas para poder almacenar su carne y su grasa de cara al invierno, momento en el que escaseaba la comida. Los hombres bajaban al acantilado para matar a los animales y después hacer un reparto entre todos los habitantes. Hoy en día, en pleno siglo XXI, las Islas Faroes siguen siendo una población pesquera, con la diferencia que ya no hay escasez alimenticia durante el invierno. Las ballenas ya no son consideradas materia prima en la alimentación, es más, las autoridades desaconsejan su consumo por su alto contenido en mercurio.
Si hace siglos se realizaba una cacería para subsistir, ¿por qué hay que seguir realizándola si ya no existe esa necesidad? Actualmente la matanza de ballenas y delfines se sigue realizando de un modo mucho más cruel. Se hace simplemente por mantener una “tradición” cuyo objetivo consiste en matar al mayor número de cetáceos posible. Las leyes locales y estatales de las Islas Faroe respaldan esta cruenta actividad, ya que califican esta caza como un hecho sostenible. Sin embargo, en ella se matan ballenas piloto y delfines blancos del Atlántico, especies protegidas internacionalmente. Se trasgreden los dictámenes de la Comisión Ballenera Internacional (CBI).
De generación en generación
El Grindadràp tiene lugar en verano, entre julio y agosto. En los últimos 40 años han muerto unos 1.150 cetáceos de media cada año, solo por mantener este ritual. El 2021 fue uno de los años más sangrientos, en el que fueron asesinados 1.428 delfines blancos y 667 ballenas (datos en Stop the Grind). Ante esta barbarie la Unión Europea expresó su desacuerdo, pero el derecho de la UE no se aplica a las Islas Faroe. Por tanto, es difícil prohibir esta práctica tan arraigada. Según una encuesta publicada por la cadena Kringvarp Føroya, más del 83% de los isleños siguen apoyando la matanza del calderón, una de las especies de delfín, pero están en contra del asesinato del delfín de flancos blancos.
Esta masacre no tiene una fecha fija, se realiza durante los meses estivos, cuando los cetáceos emigran. Cuando los isleños avistan estos movimientos, obligan a los animales a nadar hasta la orilla de la playa, arrinconándolos con las barcas. De este modo, las ballenas y los delfines se quedan varados en la costa, con dificultad para nadar. Así los hombres de la isla pueden empezar a matarlos uno a uno.
Técnica de matanza
Hay además una técnica para evitar que los animales sufran demasiado… se debe asestar un golpe mortal lo más rápido posible en la columna vertebral. Con el tiempo, los faroeses han “mejorado” los métodos de sacrificio, añadiendo armas específicas, más “humanas” cuyo objetivo es llevar a la muerte en tan solo 3 segundos – si se utiliza correctamente- y que la matanza sea menos cruenta, si es que es posible. Es el caso de la llamada mønustingari, un cortador de la médula espinal.
Además, para utilizar estas armas es necesario seguir cursos de formación y obtener la licencia. Aun así, las ballenas sufren enormemente, ya que la mayoría no muere instantáneamente. Para asegurarse de que la ballena está muerta, una vez que se ha cortado la médula espinal, el cazador le corta el cuello para que salga la mayor cantidad de sangre posible y así obtener la mejor calidad de carne. Después, los cuerpos sin vida se trasladan al puerto, donde se reparte la carne de las ballenas entre todos los vecinos.
Y es así como el mar se tiñe de rojo. Como llora la pérdida de unos animales inocentes.
Para los locales este es un rito que debe mantenerse, que les une a la naturaleza y a sus raíces. Lo defienden, participan y lo transmiten a sus hijos. Lo explican muy bien en este interesante documental que ha realizado el periodista Christian Blenker recientemente.
El movimiento Stop the Grind, como su nombre indica, lucha para que el Grindadràp sea prohibido de forma inmediata y permanente. Explican las razones sólidas y fundamentadas para hacerlo, basadas en preocupaciones éticas, medioambientales y de salud pública.
Amparados por la ciencia
Japón también hace caso omiso a las prohibiciones internacionales sobre la caza ballenera. Tras una pausa de tres décadas, en 2019 el archipiélago nipón retomó la caza comercial, siendo el mayor mercado de carne de ballena.
Los japoneses han utilizado durante muchos años la excusa de la caza de ballenas para fines científicos, situación en la que la prohibición queda exenta. Pero Japón lleva años siendo acusado de usar dicha exención como tapadera. Los balleneros suministran algunas partes de ballenas a los investigadores y venden el resto de la carne para consumo humano.
No hay que olvidar que el consumo de carne de ballena está desaconsejado por su alto contenido en mercurio. Su consumo además es también limitado: unos 28 gramos por persona al año.
Greenpeace pide que se consolide la prohibición de la caza comercial de ballenas ordenada por la Comisión Ballenera Internacional y que la protección que brinda la CBI se extienda a las especies de calderones y marsopas.