Como es bien sabido, la acción humana de los últimos tiempos ha impactado negativamente en la salud del planeta. Sus consecuencias en el ambiente, el clima, la biodiversidad, e incluso en nuestra propia vida, ya está haciéndose notar. Y sus efectos tan solo irán empeorando año tras año si continuamos en el mismo camino. Una secuelas es el derretimiento, cada vez más acelerado, de la Antártida.
El continente más alejado e inhabitado del planeta, resulta un lugar misterioso y fascinante para cualquier científico por la poca intervención del hombre. Su difícil acceso y clima extremo dificultan la tarea de exploración científica. No obstante, continúa siendo objeto de interés por su importancia en la vida global y los secretos que esconde tras su manto blanco acerca de la historia de nuestro planeta.
Es gracias a estas investigaciones que hoy sabemos de la inevitable pérdida de la Antártida Occidental, su derretimiento innegable e irrefrenable, y las variaciones de la parte Oriental.
Para entender el impacto empecemos por lo básico
La Coalición para la Antártida y el Océano Austral (ASOC) clasifica a la Antártida en 3 partes principales: la Antártida Occidental, la Antártida Oriental y la Península, que es una especie de tira montañosa que se extiende al norte, como si señalara hacia el continente americano. Esta zona es la más pequeña, representando un 1% de la Antártida, pero es la más dinámica, ya que se calienta y cambia más rápido.
La Antártida Occidental representa casi un 10% del continente. Si bien aquí se encuentre el pico más alto de la región (el Monte Vinson), debajo del hielo la mayor parte de este terreno se caracteriza por ser como una cuenca profunda alejándose de la costa. Esta particularidad hace que su superficie sea más susceptible al deshielo, al estar expuesta a los cambios de temperatura tanto por arriba (de aire) como por debajo (de mar).
Por otro lado, la Antártida Oriental, con casi un 90% del área, está compuesta por un terreno rocoso y montañoso debajo de la capa de hielo. Es el lugar más frío del planeta, y a pesar de las características de su suelo que lo mantenían relativamente estable, hoy está presentando cambios preocupantes.
Es importante también distinguir los tipos de hielo que presenta el continente. Estos se dividen en 2: hielo marino y hielo terrestre. Y, tal como indican sus nombres, se generan en el mar o en la tierra.
El hielo marino se refiere a la capa que se forma en el mar tras congelarse la superficie del agua alrededor del continente antártico cuando la temperatura decae. Es un fenómeno estacional que ocurre cada año durante la temporada invernal del hemisferio sur y se derrite en cada verano sin afectar al incremento del nivel del mar. Una analogía utilizada comúnmente es la de hielos en un vaso con agua: cuando estos se derriten no cambiarán el nivel del agua.
Este tipo de hielo es muy movedizo, ya que flota por su naturaleza intrínseca. Se desplaza fácilmente con las mareas y vientos. La marea también condicionará su grosor llegando a ser más densa y profunda en las partes más tranquilas, mientras que en las más tormentosas podrá apenas cristalizarse.
En su punto álgido, esta capa de hielo cubría un área similar al de la propia Antártida, duplicando el tamaño del continente (que de por sí solo es mucho mayor al de todo Estados Unidos). Sin embargo, durante los últimos años ha reducido su extensión a tal punto que en 2023 registró la menor medida desde 1978, año en el que empezó su monitoreo, según France24. La causa: el cambio climático y su efecto en el calentamiento de los mares.
El hielo marino, aunque quizás no parezca, juega un rol fundamental en toda la tierra, y por supuesto, en las especies de la zona. No sólo protege ecosistemas submarinos. Es un hábitat importante para diferentes organismos y especies como el fitoplancton, el Krill Antártico (fundamentales en la cadena alimentaria antártica y para quienes protege permitiendo que alcancen la madurez para el cambio de estación), y el pingüino Emperador (quienes se reproducen, incuban, crían y maduran durante los meses de mar congelado. Una disminución del hielo, su debilitamiento y consecuente fragmentación pondría en peligro a generaciones enteras).
Y no sólo eso. Según ASOC, su formación ayuda a mantener el clima del planeta fresco: refleja un 50% de la radiación solar, incluso hasta un 90% cuando es de un grosor mayor y permite que se junte nieve fresca sobre él. Asimismo, ayuda a la circulación oceánica: cuando el agua de mar se congela no puede retener tanta sal, por lo que ésta baja y se desliza hacia las profundidades del océano por su propio peso. Así, se genera un efecto como cascada, que impulsa enormes corrientes oceánicas que recorren todo el planeta, impiden que el océano se sobrecaliente y moderan el clima global.
Por otra parte, el hielo terrestre es aquel que se encuentra en el continente en sí. Es el que cae en forma de nieve sobre el territorio mismo y que se acumula por capas, contrayéndose y endureciéndose conforme se añaden nuevas. Estas capas pueden tener un grosor de cientos de metros, acumulados a lo largo de miles de años.
Cuando este hielo se parte se formarán icebergs o plataformas, dependiendo de las características del desprendimiento. Los icebergs son fragmentos de glaciar (por lo tanto, de agua dulce) que se han caído al mar (o lago). En cambio, las plataformas de hielo son porciones amplias, mesetas, o extensiones flotantes de los glaciares, que se han separado del continente y se deslizan lentamente en el océano.
Estas plataformas resultan importantes para la preservación de la Antártida porque protegen a la masa de hielo terrestre detrás de ellas. Sirven a modo de barrera protectora o de contención, evitando que el continente se descongele tan rápidamente y, por ende, el nivel del mar aumente.
Nosotros, el problema
Las actividades humanas, generadas principalmente durante la revolución industrial, son las que han ocasionado el problema medio ambiental al que nos enfrentamos. Una contaminación que no ha disminuido en impacto hasta la fecha. Quizás alcanzó nuevas alturas durante el siglo pasado, con las guerras, la explosión demográfica, el crecimiento urbano, la globalización y muchos otros cambios rápidos que se dieron durante ese siglo. En contraparte, ahí también fue cuando se comenzó a indagar acerca de nuestro papel en la vida del planeta y sus consecuencias.
Las investigaciones actuales muestran que el hielo de la Tierra está disminuyendo significativamente. El aumento de temperatura como consecuencia del calentamiento global y los gases de efecto invernadero, se intensifican sobre todo en los polos. Acorde a la WWF, los glaciares conforman un 10% de la superficie terrestre. De ellos, el 90% se encuentra en al sur, en la Antártida, y el 10% restante al norte, en el Ártico, especialmente Groenlandia.
Ambos polos están perdiendo hielo.
La región más vulnerable a eventos meteorológicos extremos es quizás la Antártida. Un lugar ya de por sí complejo, con alta variabilidad natural, que, sumado a los cambios globales en la temperatura, está en un punto de no retorno y jugará un papel vital en el desarrollo de los eventos futuros del planeta.
Durante el último siglo, con el exceso de gases efecto invernadero, la Tierra se ha visto expuesta al aceleramiento de eventos preocupantes. La forma en la que se desplaza el calor, cambios en la circulación y los patrones de mareas y vientos, ponen en riesgo el paisaje del continente Antártico tal como lo conocemos. Y éste a su vez, el del planeta entero.
Uno de estos cambios es el equilibrio que tenía el hielo marino: se derretía en las épocas cálidas y se reponía en las frías. Ahora, con el aumento de la temperatura, el hielo se está derritiendo más rápido de lo que se congela. Con ello, más zonas de la superficie terrestre se ven expuestas a las corrientes cálidas que logran entrar hasta la costa y amenazan con desplazar las capas de hielo con mayor velocidad hacia el océano.
Los últimos análisis indican que el derretimiento acelerado de la Antártida Occidental es inevitable. El deshielo de sus plataformas es inminente e incluso será hasta 3 veces más rápido a comparación del siglo anterior, de acuerdo con The Guardian. No hay manera de detenerlo. Incluso si se cumplieran los objetivos del Acuerdo de Paris para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5°C (equivalente a la era preindustrial).
Tan solo con el derretimiento de la parte Occidental, el volumen de agua que aumentaría en los océanos cambiaría para siempre la geografía del planeta. Ni que decir del continente entero. La Antártida, la masa de hielo más grande de todo el mundo, añadiría unos 58 metros al nivel del mar, según indican desde la BBC.
La vida entera del planeta sufriría las consecuencias. El aumento del nivel del mar tendría un impacto en todo ecosistema.
¿Qué pasaría?
Los glaciares actúan como repelente del sol. Su superficie blanca permite que el exceso de calor refleje y rebote de regreso hacia el espacio, ayudando a que la temperatura de la Tierra no se incremente. Esta función de regulación de temperatura que tiene la Antártida se complementa con la capacidad de enfriar el agua debajo y alrededor de ella. El hielo marino evita que las aguas se calienten.
Aquí sucede un fenómeno interesante. Un ciclo de retroalimentación llamado Efecto Albedo de Hielo. Como explica la BBC, a medida que haya menos hielo marino, más áreas del océano estarán expuestas. A mayor exposición de estas áreas oscuras (en contraste con el blanco del hielo), se absorberá más calor de la luz solar en lugar de reflejarlo. Lo que significa que la temperatura del agua (y del planeta) aumentará y eso a su vez derretirá más hielo. Un ciclo interminable.
Además de ello, con el aumento del nivel del mar se evidencia la recesión de la línea de tierra (erosión costera), el retroceso y encogimiento de glaciares, el aumento de acidez en los mares, de inundaciones y tormentas costeras, como huracanes y tifones más frecuentes, desastrosos e intensos. Desastres naturales que ya se evidencian hoy en día y que solo empeorarán.
Se cambiarán los hábitos alimenticios y de migración de miles de especies. Muchos animales perderán sus hogares y se extinguirán. Actividades como la pesca se dificultarán al ocasionarse variaciones en la fauna marítima: las aguas cálidas condicionan donde y cuando desovan los peces.
Para los humanos significará, también, la desaparición de cuidades costeras importantes alrededor del mundo. Millones de personas se verán vulnerables y afectadas, lo que ocasionará su desplazamiento a otras áreas más habitables. Aumentará la crisis de refugiados.
Todas las especies se verán forzadas a adaptarse al incremento de temperatura, y al nuevo panorama global.
No todo está perdido, aún
Si bien los estudios demuestren una tendencia inevitable hacia el colapso de la masa helada austral, el objetivo no es desalentarse. Los científicos ven estos datos como pruebas de lo que está por venir, para que sirvan a modo de recordatorio para buscar soluciones que mitiguen su impacto. Para que se utilicen como parámetros sobre los cuales accionar, e insten a los gobiernos a tomar las medidas necesarias para tales eventos.
Aunque sea inminente, no se tiene una fecha exacta de cuando sucederá. Algunas plataformas podrían ser décadas y otras, siglos. Aún resulta difícil de predecir y obtener estimaciones precisas de la velocidad y del ritmo de desplazo.
Sin importar el tiempo restante, las medidas y esfuerzos por minimizar el impacto medioambiental resultan importantes, pues nos puede ayudar a retrasar aquel evento, especialmente en aquellas zonas aún estables de la parte Oriental. Mientras más lento avance, más tiempo tendremos para prepararnos.
Hay consecuencias que quizás aun podamos revertir y definitivamente, consecuencias para las que nos podemos preparar como sociedad. Tendremos que adaptarnos y tomar medidas para estar listos ante las repercusiones de nuestra contaminación.
Las acciones que tomemos hoy definirán el ritmo del incremento del agua a nivel mundial en el futuro. Un futuro que podría estar más cerca de lo que pensamos.