La industria de la moda está entre las cinco más contaminantes del planeta. Se estima que cada año se confeccionan más de 100.000 millones de prendas y se desechan alrededor de 92.000 millones de toneladas de textiles. Cuando nos preguntamos el porqué, quizás lo primero que se viene a la mente, en lugar de la industria del lujo, son las empresas de fast fashion que generan sobreproducción.
Cada tanto se publica alguna fotografía impactante como la del caso del desierto de Atacama titulada basurero del mundo, divulgada en 2022. Cuando vemos imágenes alarmantes como esta surge la inquietud, ¿cómo llegamos hasta este punto?
El contexto histórico-social puede ayudarnos a entenderlo
Desde las antiguas civilizaciones de Egipto, Roma y China, la élite gobernante utilizaba productos de lujo como oro, joyas, textiles finos, especias, perfumes y obras de arte para demostrar su riqueza y alta posición social. Con la llegada del Renacimiento y la Edad Moderna, la burguesía emergente comenzó a imitar a la aristocracia, adquiriendo artículos exclusivos para señalar su ascenso social. Este comportamiento marcó el inicio de la relación entre lujo y posición social, una tendencia que sigue vigente en la actualidad.
En sus inicios, la industria del lujo estaba dominado por la alta costura, un ámbito exclusivo donde diseñadores de marcas como Chanel, Dior y Givenchy, crean piezas únicas y a medida para una clientela exclusiva. Estas piezas no solo eran extremadamente costosas, sino también símbolo de estatus y exclusividad, accesibles únicamente para la élite.
Con el tiempo, el concepto de moda empezó a cambiar con la aparición del prêt-à-porter que se traduce del francés como «listo para llevar» en la década de 1950. El término refiere a prendas de moda producidas en serie con patrones que se repiten en función de la demanda.
La industria del lujo: un paralelismo con la actualidad
¿Cómo pasamos de que solo unos pocos pudieran acceder a la industria del lujo a un consumo masivo? La respuesta se podría resumir en una palabra: democratización. Con el auge de la era industrial y el capitalismo, se introdujo la producción en masa, lo que permitió fabricar productos a gran escala y reducir los costos de fabricación.
La pronto moda o fast fashion, liderada por empresas como Zara, comenzó a copiar diseños de alta costura, permitiendo que la gente accediera a ropa de diseñador a precios más bajos. Este fenómeno no es solo rápido o barato, sino que implica la producción en masa de manera accesible.
Y por último, nos encontramos con el ultra fast fashion, que se caracteriza por producción rápida, logrando producir prendas nuevas en cuestión de días. Empresas como Shein y Temu son ejemplos, ya que ofrecen una inmensa variedad de productos que se actualizan constantemente y a precios extremadamente bajos.
Al igual que la moda, los productos tecnológicos han seguido un camino similar. El caso de los auriculares iPhone es un claro ejemplo, ya que comenzaron siendo un símbolo de exclusividad al que solo algunos podían acceder. Lo distintivo era el color blanco, que hasta el momento no tenía precedentes en el mercado.
Eso generó que con el tiempo, y por la demanda de quienes querían acceder a Apple, pero no podían por el alto costo, otras marcas comenzarán a producir auriculares blancos para imitar el estilo. Lo mismo ocurrió con el iPhone, producto al que no todos podían acceder. La pantalla táctil, el botón de inicio y su diseño minimalista, marcaron una diferencia que luego fue imitada por otras empresas del sector.
El papel de la industria de la moda en una sociedad desigual
Según un estudio del Centro Blum para Economías en Desarrollo de la Universidad de Berkeley, en California, la mayoría de los más de 12 millones de empleados de la industria textil en India que trabajan desde casa son mujeres y niñas de comunidades étnicas históricamente reprimidas. Y son ellas quienes dan los retoques finales a las prendas que vemos «en las perchas de las principales marcas de moda occidentales», como señaló Siddaharh Kara, director del estudio. Las mismas ganan alrededor de 11 céntimos de euro por hora.
Además, una de cada cinco mujeres son menores de 17 años y entre las 1452 entrevistadas para el informe se encontraban niñas menores de 10 años. Casi un 6 % de las encuestadas estaban trabajando para pagar una deuda.
Consecuencias ambientales de la sobreproducción
En última instancia, podemos ver cómo lo social y lo económico afecta al ambiente, que es la tierra que habitamos y necesitamos para producir. Es aquí donde también desechamos lo antiguo, lo que pasó de moda. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente, durante el 2020, el consumo textil por habitante medio de la Unión Europea, requirió 400 m2 de suelo. También precisó 9 m3 de agua y 391 kg de materias primas. Esto causó una huella de carbono de aproximadamente 270 kg.
Para lograr una única camiseta de algodón se estima que se necesitan 2.700 litros de agua dulce, lo que equivale a la cantidad de agua que una persona bebe en dos años y medio. A pesar de la sobreexplotación de recursos naturales, el reciclaje sigue siendo una asignatura pendiente, ya que solo el 1% de la ropa usada se convierte en prendas nuevas.
Los desechos eléctricos y electrónicos presentan una situación igualmente preocupante. Según un estudio realizado por Unitar, en 2019 se produjeron 53,6 millones de toneladas de desechos provenientes de estos sectores. Únicamente el 17,4% se registró oficialmente como material reciclado. Por último, según la OIT, en 2020, 16,5 millones de niños trabajaban en el sector industrial, incluido el subsector del tratamiento de desechos.
A pesar de tener acceso a toda esta información, las personas continúan comprando en masa y prefieren cerrar los ojos ante la realidad de la explotación laboral y la degradación ambiental. Esta desconexión entre el deseo de pertenecer y la responsabilidad ambiental y social crea una paradoja en la que el consumo desenfrenado de moda rápida perpetúa tanto la explotación humana como el daño ecológico.