Imaginemos que alguien acaba de beberse una lata de refresco y, conforme camina por la calle, la tira al contenedor amarillo. De ahí, salvo imprevistos, la rescatará un camión gestionado por la Administración local y acabará en una planta de selección de envases.
El primer sitio que visitará la lata, y todos los demás envases que la acompañan, al llegar a la planta será la llamada «playa». Los residuos se amontonan en lo que bien podría ser un granero sin techo. No hay mar ni arena, pero no sería de extrañar ver alguna pelota inflable. En el primer vistazo ya se detectan una gran cantidad de residuos que no son envases: césped artificial, colchones, restos orgánicos, muñecos… Nada de eso se recicla.
Pese a la extendida creencia de que el contenedor amarillo es para los plásticos, en realidad solo está destinado a envases. El llamado «punto verde», símbolo circular y con dos flechas unidas, de las etiquetas significa que un embalaje es reciclable. Este distintivo indica que las empresas han pagado a Ecoembes, la organización encargada de gestionar los residuos de envases domésticos, para que las latas, embalajes plásticos y similares que ponen en el mercado sean tratados tras su uso.
Patricia Ramos-Catalina Clemente, responsable en la oficina técnica de Ecoembes, explica que de todos los residuos que llegan a la planta de selección de Colmenar (Madrid) —en la que está nuestra lata—, el 40% no son envases. «La gente los tira al contenedor amarillo con su mejor intención, pero estos materiales no se reciclan y pueden entorpecer el sistema de selección», afirma durante una visita a la planta. Estos restos no reciclables acabarán en el vertedero.
Ese sistema comienza en una cinta transportadora, como la de los supermercados. Sobre ella, los residuos que descansaban en la playa van a realizar un periplo por el que acabarán catalogados en: polietilenos (PET, el plástico de las botellas de agua), polietilenos de alta densidad (PEAD, plástico duro, como los envases de lejía), plástico film, aluminios, y briks.
Así, nuestra lata entra en una nave enorme donde una veintena de personas participan en un sistema mecanizado casi por completo. Lo primero que encuentra nuestra lata es una habitación, donde dos hombres hacen una primera criba de los materiales más grandes.
Uno de los trabajadores, a un lado de la banda, selecciona los objetos no reciclables (como sillas de terraza) y los lanza a un contenedor de restos. El otro escoge los films más grandes (por ejemplo, un embalaje de un colchón), que van a parar a otra cinta, por la que ya viajan films y bolsas que se separan en un punto más avanzado del proceso.
Nada más salir de esta habitación, los residuos pasan por una máquina «abrebolsas» y, ahora sí, comienza la aventura para nuestra lata. Rodeada de otros envases y, desgraciadamente, muchos impropios, entra en un gran cilindro que da vueltas, como el interior de una lavadora. Es el trómel.
El trómel, una ‘lavadora’ para eliminar la orgánica
Esta máquina tiene, al igual que las lavadoras, unos agujeros en sus paredes que van de más pequeños, al principio, a más grandes. En la primera malla, con perforaciones de menos de 10 centímetros, se cuelan los restos orgánicos, plásticos pequeños y algunas latas. Estos residuos pasan por dos máquinas que seleccionan los envases metálicos (una con un imán para los de acero y la otra con Foucault para los de aluminio). Lo que no se queda pegado es considerado impropio.
En la banda que transporta los impropios se ven, sobre todo, restos de fruta. También se observan algunos —muy pocos— plásticos pequeños, como etiquetas de botellas de refresco. Son parte del 3% que esta planta no logra recuperar, según Ramos-Catalina, que afirma que la efectividad es del 97%.
La responsable técnica explica que cada una de las 97 plantas que hay en España se adapta a las necesidades de la zona. Pone como ejemplo las dos plantas de selección que hay en Canarias. Allí, afirma, los ciudadanos tienen más claro cómo reciclar y apenas llegan restos orgánicos al trómel. Eso permite eliminar la primera malla, de agujeros más estrechos, con lo que hay menos posibilidades de que se pierdan esos plásticos pequeños, como los tapones de las botellas. De ahí la importancia de aprender a reciclar bien.
Dentro de esta lavadora, se separan por aspiración las bolsas y films, que irán a parar a la banda transportadora mencionada antes. Nuestra lata colará por los agujeros de la segunda malla —junto con las botellas y demás envases— e irá a parar al separador balístico.
El separador balístico de envases
Esta máquina tiene en su interior varias planchas alargadas, que se mueven hacia arriba y hacia abajo. Su objetivo es separar los envases planos y ligeros (film) de los rodantes y pesados. El sobrante va a una cinta que se junta con el impropio. Sobre ella, tres balones que ruedan sin lograr avanzar recuerdan al mito de Sísifo.
A estas alturas es muy probable que nuestra lata haya sido separada de los envases plásticos. Pero si se rebela y se mantiene en la cinta rodeada de embalajes de comida y botellas, pasará por varios imanes, destinados a captar el acero. Estos restos van a hacer ahora un recorrido laberíntico por varios separadores ópticos. A través de infrarrojos, varias máquinas van a hacer un cribado por el que el PET, el PEAD y los briks acabarán circulando por diferentes bandas. Lo que no se haya quedado en ninguna de esas categorías pasará por otro Foucault para retirar latas despistadas y otros envases de aluminio, y luego volverá a entrar en el sistema para una segunda vuelta.
Ramos-Catalina explica que el mayor problema con los que se encuentran estos ópticos son las botellas negras y aquellas que aún contienen líquidos: «El sensor se vuelve loco, no lo identifica». Por eso, aconseja vaciar siempre las botellas antes de tirarlas, aunque se tiren a la basura, ya que a veces se recuperan envases de la recogida de restos.
Todas esas cintas transportadoras, con sus respectivos materiales, acaban entrando por distintos puntos a una misma sala. Dentro, una persona por cinta revisa que todo lo que llega sea del tipo de envase correcto. Otra trabajadora hace de último filtro en la banda de impropios, por si algún envase se ha perdido en la carrera de obstáculos.
Prensado y subasta
Cada una de esas cintas vuelca los envases en un contenedor diferente. De ahí, van a una máquina de prensado de la que salen las balas de cada material. Cuando se juntan unas 50 balas, se llama a la empresa que se encargará de su reciclado.
Estas empresas han comprado por adelantado en una subasta el material a Ecoembes. Para poder participar en estas compras, necesitan tener una homologación que otorga el propio Ecoembes. Ramos-Catalina cifra en 125 el número de recicladoras autorizadas en todo el país. La responsable técnica sostiene que las empresas deben entregar después a Ecoembes un albarán con la cantidad de material reciclado.
En resumen, el proceso para que nuestra lata pueda ser otra lata mañana es complejo. Pero todos podemos colaborar si, desde casa, separamos mejor cada día.