Desfile de N.Hoolywood que representa la glamurización de la pobreza en la moda

La glamurización de la pobreza en la moda

Una Práctica Cuestionable

Author
Elizabeth Valverde
Visual Curator
Luciana Noir

Seguramente, en más de una ocasión, te has topado con fotografías de celebridades o influencers que usan zapatillas avejentadas como el último grito de la moda. Sí, hablamos de las tan amadas, e igualmente odiadas, Golden Goose. Quizás tu primera impresión fue de desconcierto: ¿Cómo unas zapatillas tan maltratadas pueden venderse como nuevas, y lo que es peor, a un alto precio? ¿Quién pagaría por eso? Bueno, quizás ahora, después de haberla visto tantas veces en personas que sigues y admiras, tu aversión esté disminuyendo y comiences a contemplar la opción de comprártelas. Al fin y al cabo, están de moda ¿verdad? Pero, ¿por qué esta tendencia glamuriza la pobreza?

Fotografía de Jean-François Campo. Fuente: portfolio web de Jean-François Campo. Pobreza
Fotografía de Jean-François Campo. Fuente: portfolio web de Jean-François Campo

Más allá de una cuestión de gustos, el auge de las zapatillas sucias y los jeans rotos parece ser un síntoma de un problema grave para la sociedad: la glamurización de la pobreza. Un tema de amplio debate, que suscitará muchos argumentos en contra o a favor dependiendo de la lente con la que se observe. Y es que, para entender realmente ciertas cuestiones que verás a continuación, se necesita una mirada empática y abierta para situarse en el lugar del otro. Al final, nuestras percepciones y experiencias marcarán nuestras opiniones, pero no por ello invalidarán los sentimientos ni las realidades de la otra parte. Es un tema delicado, y complicado, que debemos abrirlo al dialogo para poder abordarlo como sociedad en todo su aspecto, sin “azucararlo”.

El significado de la pobreza

Probablemente, el problema es que no entedemos la pobreza. A menos que se experimente de primera mano, es una situación ajena a gran parte de la sociedad. Una realidad que muchas veces se esconde bajo el tapete en los países más desarrollados. Como si solo existiera cuando se habla de ello. Una situación en la que viven al menos mil millones de personas en el mundo. No por nada su erradicación es uno de los 17 ODS a alcanzar.

Para el filósofo y antropólogo Francisco Checa, la pobreza es un concepto que ha ido cambiando con el tiempo y los modos de vida. En su artículo “Reflexiones antropológicas para entender la pobreza y las desigualdades humanas”, indica que, aunque los términos relacionados a ella han tomado diferentes connotaciones – según las variables económicas, sociales, políticas, militares, morales o religiosas- no se pueden desligar de la diferencia, insuficiencia o carencia. Entonces, la pobreza refleja, principalmente, un estado de carencia de algún de bien importante para la vida social e individual, cualquiera sea su índole. Y considera al hambre como la cualidad que la determina, ya sea hambre física, social, de justicia o libertad.

De la misma manera, expresa que uno es pobre no solo por la falta de bienes materiales, sino también de información y el acceso a ella, de educación, de equilibrio personal y social, de cualificaciones y demás. Así, Checa plantea a la pobreza es un estado de debilidad, de dependencia, subordinación, humillación, menosprecio y privación de medios para lograr una vida humanamente digna, con sus necesidades primarias satisfechas. Una lucha constante por la supervivencia que ve sus brechas marcadas por el capitalismo, el cual ha creado más pobres y dilatado sus diferencias con los ricos.

Entonces, si la pobreza conlleva serias dificultades de desigualdad, hambre, miseria, injusticia y violencia, ¿por qué le damos un carácter romántico? Hay múltiples opiniones al respecto, pero todas concuerdan en la superficialidad con la que se aborda el problema.

Bajo el prisma de la moda

Desde la estética grunge, al normcore, heroin chic o homeless chic, la moda pareciera inspirarse en la pobreza constantemente. Pero esto no es novedad. Históricamente, las clases altas vienen apropiándose de elementos de clases bajas por siglos, convirtiendo el resultado de una necesidad en un objeto netamente decorativo.

La historiadora Kimberly Christman-Campbell pone como ejemplo a Maria Antonieta, quién utilizó la estética campesina en un intento por simplificar su vestimenta. Incluso, pasaba sus días en una villa, creada para ella en Versalles, haciendo el rol de una mujer de campo. Claro está, sin las dificultades ni carencias de aquellas mujeres. Al final, solo era una recreación; una vida idealizada y totalmente alejada de la realidad, que acababa cuando ella así lo quisiera.

Algo similar parece suceder hoy en día con diseños que imitan objetos corrientes con materiales ostentosos y de gran costo. ¿Acaso es una crítica o es una burla a la disparidad? ¿O quizás, un humor surrealista o un homenaje a la cotidianidad?, nos cuestiona el texto de Christman-Campbell. Y, es que ¿de qué forma deberíamos tomar el consumo de estos diseños?

Muchos diseñadores han sacado colecciones que toman a la pobreza como elemento estético. Quizás el caso más conocido sean las zapatillas Golden Goose, que mencionábamos al comienzo. Una marca que comercializa dicho calzado con una apariencia desgastada por al menos $500. Unas zapatillas fácilmente identificables hoy en día y que gozan de bastante popularidad, llegando a ser imitados por marcas de moda rápida. Pero no es el primero ni será el último.

Zapatilla Golden Goose modelo Super-Star. Fuente: Golden Goose
Zapatilla Golden Goose modelo Super-Star. Fuente: Golden Goose

Las casas de alta costura también han incurrido en esta estética. Por ejemplo, la colección de John Galliano para Dior en el 2000 suele considerarse como la cuna del homeless chic. Provista de prendas desgarradas y estampados de periódicos, el diseñador se basó en las personas sin hogar de Paris que observaba mientras corría. De igual forma, en 2010, Vivianne Westwood presentó prendas sobrepuestas, en su colección masculina, que simulaban la forma de vestir de un vagabundo. Otro diseño que causó gran revuelo fueron los bolsos de Marc Jacobs para Louis Vuitton en 2006. Unos bolsos que valían miles de euros, pero que simulaban bolsas con líneas de colores, comunes en los mercados. Una estética que también recogía, años después, Balenciaga con su Tati Bag, que imitaba las bolsas de rafia.

Jactándose de ser controvertidos e irreverentes, Balenciaga continúo sacando piezas polémicas en diferentes temporadas y colecciones. Desde parcas que recuerdan al abrigo reflectante de basureros o barrenderos, a bolsos réplica de bolsas de basura que los refugiados utilizan para llevar sus pertenencias. Incluso con modelos que simulan agarrar lo más preciado mientras huyen. Me pregunto, ¿Intentan poner a la luz una realidad o se trata más bien de una falta de sensibilidad y pertinencia?

Lejos de ser un recurso ocasional, los diseños de este estilo perpetúan en el mercado de alta gama. Ralph Lauren se hace presente con un mono de denim manchado de pintura, que imita una prenda de trabajo. Balenciaga repite plato, ahora con un jersey de cuello redondo notablemente destruido. Nordstrom se une a la tendencia comercializando pantalones “manchados de barro”. Por si fuera poco, también se ha visto en el mercado un monedero diseñado por George Sklecher que basa su forma en los vasos descartables que los mendigos utilizan para pedir limosna en Nueva York. Lucky Beggar se llama. Dime, ¿no es el colmo de la frialdad?

El último disparate ha sido quizás el de Balenciaga en 2022, cuando presentó las Paris las Fully Destroyed Sneakers. Unas zapatillas que versionan lo ya capitalizado por Golden Goose, pero llevadas al extremo. Un calzado sumamente sucio y desgastado. Roto, prácticamente destrozado, que se volvió viral y generó gran polémica al costar miles de dólares. La marca indicaba que es un diseño pensado para poner en valor la belleza de lo usado, alineado a sus esfuerzos de sostenibilidad. Un calzado para usarse toda la vida, ya que como se presenta rota, no va a importar el desgaste que les des al usarlas. ¿Marketing o burla?

N.Hoolywood's colección 2017, NYFW. Fuente: Imaxtree. Pobreza
N.Hoolywood’s colección 2017, NYFW. Fuente: Imaxtree.

¿Es una estrategia válida? Se pregunta Karina Ortiz de Merca2.0. Habrá que preguntar a los expertos en marketing si una estrategia carente de ética se puede considerar aceptable. ¿Acaso vender justifica cualquier acción? Porque, como dicen, no hay mala publicidad; lo importante es que hablen de ti. ¿o “se trata de una crítica nacida desde el interior mismo de la industria de lujo”?

En cualquiera de los casos, la moda no es la única industria que utiliza este recurso. La pobreza es explotada en distintos escenarios; tantos que incluso pasan desapercibidos.

Su empleo en otras industrias

Según María Laura Pardo, investigadora y lingüista, la posmodernidad ha sido promotora de la estetización de temas y problemas críticos como la tortura, la dictadura, el Holocausto o la pobreza; de lo trágico, lo violento y el horror. Pero, “estetizar la pobreza es mucho más que exhibir fotos, cuadros, o videos, es generar un sistema de creencias, que muchas veces, crea estereotipos, que, en una sociedad democrática y por lo tanto igualitaria y justa, tienden, sin embargo, a la discriminación.” Una mirada que podría explicar la masificación y auge de las tendencias asociadas a la estetización de un problema social que parece no disminuir.

Para Carlos Ríos-Llamas, investigador y arquitecto, esta tendencia se observa en muchos ámbitos, como en los proyectos de renovación urbana que pintan de colores las casas de las zonas más pobres de la ciudad. No por nada titula a su capítulo “Estética de la miseria: pintar de colores las zonas urbanas de precariedad”, ubicado dentro del libro de múltiple autoría “Lugares e identidades: reflexiones en torno a una ciudad imaginada”. Por un lado, explica, está el interés de generar atractivos turísticos. Las personas se sienten “atraídos por lo novedoso de lo abyecto”. Por otro, la oportunidad de place marketing: de mercantilizar aquellos espacios e integrarlos a la ciudad.

En la televisión también somos testigo de esta propensión a dulcificar la pobreza para servir como un accesorio más, incoherente a la realidad. Es común ver a los personajes siendo retratados pobres como un recurso narrativo y solo representados de cierta manera. No es de extrañar que nos hagan pensar que puedes vivir una gran vida aunque no tengas muchos ingresos. Las verdaderas dificultades pasan desapercibidas o ignoradas. Un mundo soñado, donde los llamados “pobres” tienen departamentos amplios y oportunidades en cada rincón, con decenas de zapatos y ropa perfecta para cada ocasión.

Sí, sabemos que es una ficción. Pero, tal como indica -acertadamente- la joven Aaliya Weheliye en el periódico escolar The Evanstonian, “los medios de comunicación deben hacer un mejor trabajo al considerar como se ve realmente la pobreza; no es un rasgo peculiar de la personalidad, sino mas bien una realidad peligrosa y aterradora a la que muchas personas se enfrentan todos los días.”

Vilma Djala también ve cómo es utilizada en el día a día. En su blog, TheContraryMary, tilda de poco auténtico una comida campesina servida en restaurantes de lujo, o recetas económicas que se preparan en cocinas completamente equipadas.

La pobreza es explotada en cada rincón. Es utilizada para aumentar la audiencia en programas donde los presentadores regalan dinero o donde obsequian artículos básicos (como cocinas o refrigeradoras) a personas de escasos recursos tras cumplir ciertos retos. Relaciona esta romantización al estilo bohemio y al artista hambriento, como si esta fuera necesaria para crear grandes obras. Se valen del discurso de la resiliencia y se pintan como luchadores, cuando en realidad no han sufrido ninguna dificultad: han tenido lecciones privadas, asistido a universidades prestigiosas o viajado cómodamente por distintas ciudades. Lo cual convierte el discurso en una problemática donde los ricos se apropian de las historias de los desfavorecidos.

La fotografía tampoco es ajena a este problema. En 2002, la columnista Zoe Williams escribió un artículo para The Guardian a raíz de unas fotografías de Miles Aldridge que retrataba a los pobres como sujetos de moda. Miles se sumaba a una ola de fotógrafos y revistas que ponían los infortunios de aquellas personas como inspiración para el vestir o la decoración de interiores. Es cool parecer pobre pero no serlo.

Así, Zoe criticaba duramente esta corriente impregnada en la cultura actual: “La ironía es la forma que tiene el canalla de eludir la responsabilidad moral. Se puede hacer cualquier cosa, siempre que sea una broma, y no se puede objetar nada sobre esta base, no sea que se revele que en lugar de sentido del humor se esconde un elfo izquierdista”. Incluso si el mensaje busca ser “ingenioso y subversivo”, al estar dirigido a un mercado rico -de ciertas características y privilegios- pierde su fundamento. “Como crítica del consumismo se ve neutralizado por su medio y acaba siendo perverso” sentencia.

Asimismo, Williams hace una reflexión acerca del atractivo que tiene la pobreza para alguien de afuera: es algo que no pueden tener. Y eso, es la idea sobre la que yacen todas estas manifestaciones. Inclusive, las religiones tienen en su núcleo la “idea de que los pobres son inherentemente piadosos”, que gozan de cierta gracia y nobleza. Idea que se traslada a la creatividad y el arte: “todas las épocas que dieron prioridad a la creatividad tenían tópicos consonantes sobre morir de hambre en buhardillas, como si pasar hambre te acercara a una sensibilidad superior.”

Es, entonces, un sesgo atajado desde la antigüedad para evitar hacer frente a un problema social. Un triste recordatorio de nuestra incapacidad para cerrar brechas y que continuamos perpetuando hasta la actualidad. “Puede que esto haya comenzado como una gran conspiración de los ricos para mantener a los pobres en su lugar alabando con mecenazgo su autenticidad, pero se ha convertido en un gran enigma”, acota.

El capitalismo ha acentuado las diferencias de poder, ha dificultado sobreponerse a las barreras socioeconómicas. Las estructuras que generan empobrecimiento siguen inamovibles. El sistema continúa sin mejoras notables. Entonces, ¿Por qué la fascinación por la vida de los menos afortunados? ¿Por qué introducimos elementos comunes como artículos de lujo?

Algunas teorías sobre el fenómeno

La desgracia y las dificultades que padecen millones de personas pasa a ser algo cool. Quizás inocentemente o quizás no. Se idealiza una vida simple, pero hecha como una representación de la realidad. No es lo mismo tener una cocina de estética vintage a tener una que sea realmente de los 60 porque no puedes permitirte pagar una nueva. Tal vez sea como ver un cuadro o una obra de teatro; no te conviertes en parte de ello, ni de las experiencias y del sufrimiento diario. Es solo una actividad más.

Donald Macaskill, en su artículo de reflexión sobre la glorificación de la pobreza, expresa su preocupación ante esta situación: ¿estamos concientes de los efectos que tiene la aceptabilidad de la pobreza? Hay un delicado equilibrio entre estigmatizarla y romantizarla o validarla, indica Macaskill. Él es tajante en su opinión al considerar a esta glorificación como “una perversión de la dolorosa realidad”. Es más, delata la hipocresía de la pobreza en este discurso, donde se le toma como fuente de inspiración, idea o diseño. Se ve lo que se quiere ver, lo que conviene ver. No hay un compromiso real en quienes fingen ser parte de los oprimidos para proyectar alguna cualidad, como nobleza u honor, adjunta a la idea de una vida sencilla.

“Cuando el arte y la moda convierten la pobreza en una nueva estética para la ropa o el diseño de interiores; cuando las filosofías y los sistemas de creencias elevan a los pobres a la categoría de seres especialmente dignos o cuando la creatividad y el genio se presentan como fruto del sufrimiento y la necesidad económica, hemos perdido perversamente nuestra brújula moral”, continúa. “No se dejen engañar pensando que la pobreza es romántica, glamurosa o inevitable (..) quienes viven y han conocido la pobreza saben que es una experiencia y un dolor que, en ultima instancia, no merece arte ni creatividad, diseño ni estética, sino que exige acción, solidaridad, reorientación y cambio. (…) El aire de la pobreza es demasiado crudo para respirarlo o glorificarlo.”

Así, la romantización de una dura realidad convierte la problemática en una idea superficial, alejada de toda connotación negativa. Y, su presencia constante en la vida diaria nos va volviendo insensibles a ella. Nos limita a ver la pobreza como algo estético o como una experiencia/actividad vivencial que elegimos para un momento, y no como una constante que permanece por generaciones para gran parte de la población.

Para Vicco García, periodista de Marie Claire, glamurizar los fenómenos sociales “no es más que una muestra de cómo las clases altas suele demostrar su poder al apropiarse de un elemento, reformularlo y utilizarlo sin impunidad; sin tener en cuenta que esa puede ser la realidad de una clase social más desfavorecida.” Una tendencia que no es nueva y que, como hemos visto, se encuentra presente desde épocas atrás. Las clases sociales privilegiadas toman estilos o elementos de las clases más populares, de escasos recursos. “Ponen de moda lo que para otros es una desventura y que asimismo los excluye de la sociedad” sentencia García.

¿Por qué es aceptable, o incluso chic, vestirse de tal o cual forma para ciertas clases, mientras que se vapulea a otras por llevar prendas semejantes? El factor, cuando no, parece ser el dinero. Es común ver celebridades vistiendo chandal o prendas oversize. Tildamos de buen estilo esa ropa desteñida o con huecos que lleva un famoso, pero ¿por qué vemos con malos ojos cuando una persona de menor estrato social las lleva?

Es la “hipocresía de un mundo donde la estabilidad financiera determina la aceptabilidad de uno”, expresa Carol Davis, editora de Columbia Political Review, revista de dicha universidad. Un cinismo que yace en la idea de que aquel estilo es aceptable para los ricos, pero inaceptable para los pobres. Los ricos eligen esa apariencia de desgaste intencional basado en la pobreza. Es una forma más de mostrar su estatus de riqueza, su consumo ostentoso. Ellos pueden permitirse pagar grandes cantidades de dinero por unos jeans rotos o ropa que aparente estar cubierta de barro; mientras hay personas que no pueden permitirse comprar uno nuevo. Por tanto, “perpetúa otra barrera más en la percepción pública entre ricos y pobres”, acota Davis.

Este intento de simular la pobreza lleva a las marcas a caer en la ironía y burla al chocar con la trágica realidad. Sin embargo, algunas marcas se valen de estas características para formar un elemento altamente identificable y fácil de reconocer entre sus usuarios y seguidores.

Las marcas y la falsedad de su narrativa

Existe una línea muy delgada que separa la inspiración de la apropiación. Una línea que las marcas parecen no conocer, de límites desdibujados que tienden a moverse constantemente, haciéndoles cometer insufribles patinazos, aunque a veces se salgan con las suyas. Siendo un tema tan controvertido ¿qué lleva a las marcas a reincidir en la pobreza como una estética más para ser usada por los ricos?

Es un fenómeno “que mira el mundo con un ojo puramente visual y se niega a considerar el significado”, opina Leeann Duggan en su artículo para Refinery29. Una estetización que invisibiliza problemas latentes en la sociedad y que no logra conciencia ni cambio real, aún si la intención era involucrar a su público a otra realidad. Duggan habla acerca de que existe una desconexión humana al observar a otro ser humano, bajo una lente privilegiada, como fuente de estilo o inspiración. Un ser con necesidades básicas, que habita en un mundo cuya verdad dista de lo ornamental, “que más que ser de inspiración necesitan consideración.”

Imagen que representa las campañas de moda que tienen su concepto en la situación de pobreza.
Imagen que representa las campañas de moda que tienen su concepto en la situación de pobreza.

Así como ha servido favorablemente a modo símbolo para ciertas marcas, tiene toda la fuerza para hacer mella la reputación de otras. Un arma de doble filo, por la cual, las marcas parecen apostar para suscitar reacciones -positivas o negativas- en su consumidor. Como si se tratase de un juego, empiezan a adoptar una estética alejada de su realidad. Y, utilizan dichos elementos como un emblema de rebeldía, inconformidad o autenticidad. La falsedad del discurso recae en un vínculo nulo con esas fuentes. Un disfraz que esconde una “capa de negación plausible al llamarla sátira”, añade Zeeshan Khan desde The A-line Magazine.

Aún si se tratase de un intento de la marca por transmitir autenticidad, replicar la apariencia de personas desfavorecidas cae en una estetización de sus dificultades. Existe “algo inherentemente clasista en esta fetichización de la decadencia”, anota Gaby del Valle en Vox. Lo cual, no es difícil de entender si te percatas en el uso del estilo chic precario: lo usas porque quieres, no por que tengas qué. Se trata de una elección. Una que, sin importar la intención, acarrea resultados contraproducentes.

Ricos que no quieren parecer ricos

La cultura, las élites y las marcas, han ido adoptando esta tendencia durante décadas, desplazando el interés del verdadero problema a una cuestión estética. No es de extrañar que hoy utilicemos prendas, tan arraigadas a la forma de vestir, cuyo origen desconocemos. Olvidamos que la verdadera cuna de piezas como jeans rotos o poleras oversize, puede encontrarse en lugares tan oscuros como la pobreza.

Tampoco es extraño ver a los políticos de turno tratando de ganarse el cariño de la gente, acudiendo a mercados para tomar desayuno, tratando ser uno más. El populismo se convierte así en una herramienta para conseguir el voto. Un elemento de artificialidad que busca generar empatía y que refuerza la línea de que, no solo es aceptable hacerse pasar por pobre, sino que puede traer resultados. No por nada, empresarios multimillonarios han aprovechado este recurso para sentarse en el sillón municipal, congresal, e incluso presidencial.

De modo que, se trata de un problema real; una disonancia de larga data. Si antes hablábamos del caso María Antonieta como ejemplo, este hecho no ha sido algo aislado. A lo largo de la historia, los ricos han vestido de manera informal durante los periodos de desigualdad en un intento desafortunado de mezclarse con la multitud. Quizás, conscientes de sus privilegios, intentan fabricar un disfraz de autenticidad que les acerque a las masas. No quieren ser demonizados por las facilidades con las que han nacido. Pero, este juego de roles desvía la atención de lo que realmente importa: las contrariedades de un sistema que perpetúa la pobreza. Jocelyn Figueroa, para InvisiblePeople, lo explica así: “cuanto más admiramos el dolor y el sufrimiento, más lejos estamos de ponerles fin.” Al romantizar una realidad la desconectamos aún más de su dureza.

Un populismo cínico, lo llama Christman-Campbell, donde el rico se disfraza de pobre y no existe una preocupación verdadera por cambiar las cosas o buscar soluciones. Donde se utiliza la ironía para vestirse como obrero, pero sin tener que trabajar como tal. Y donde el principal beneficiario económico de estas tendencias, son las familias millonarias que dirigen tales marcas.

Lo vemos en Silicon Valley, con ejecutivos de las mesas directivas vestidos de manera informal. Una estética expandida, tal vez por Jobs o Zuckerberg, que ha dado pie a un nuevo uniforme: de trabajador corriente, informal, sin pretensiones. Sin embargo, señala Christman-Campbell, la realidad es que sus prendas no tienen nada de comunes. Son camisetas o pantalones de diseñador cuyo precio fácilmente supera los mil dólares. ¿Es una crítica o una burla a la disparidad?, se pregunta. Lo vemos, también, en famosos que visten camisas de franela y gorras que recuerdan a la vestimenta de leñadores o camioneros; o en adolescentes que acogen esta estética como símbolo de juventud, rebeldía o inconformidad, para separarse de la generación de sus padres asociada a la tradición, antigüedad y ostentación.

Víctor Lenore de Vozpopulí arroja ciertas luces sobre este suceso. Él argumenta que, las clases altas internacionales necesitan un chapuzón de autenticidad; una breve estancia fuera de su mundo. “Necesitan contacto ocasional con la vida de los barrios para sentirse peligrosos y ganar credibilidad callejera.” Disfrutan del contacto con los excluidos, indica. Como si se tratase de una simple experiencia, los ricos se sumergen en una proyección superficial de una realidad que esconde serias dificultades. “Esta estetización de la pobreza conviene a los intereses de los de arriba, pero trivializa el sufrimiento de los de abajo”, dictamina.

Kat George, por otro lado, cree que la humildad es el principal factor por el que los ricos aspiran a parecer pobres. ¿Por qué? Porque la romantización de la pobreza proyecta un aura de pureza sobre estos, que los ricos no pueden comprar, y los exonera de toda culpa. Por eso, para intentar conseguir esa gracia, “evitan los dignificantes de su posición económica”.

No intentan deshacerse de su riqueza, sino consolarse ante el peso interno -y eterno- de la culpa de su privilegio. Un intento de humildad. Pero, opina George, “el hecho de que los ricos se hagan pasar por pobres no es una imitación ni un halago”. De hecho, se está idealizando “una realidad cotidiana para muchos, a menudo nacida de patrones cíclicos de sesgo institucional, estigma social, abuso cultural y todo un sistema que está manipulado para garantizar que los pobres sigan pobres, mientras que los ricos protegen celosamente sus privilegios”.

Además, George reitera que, al intentar parecer personas comunes, genuinas y empáticas, recaen en un discurso erróneo que se apropia de recursos visuales de una lucha constante que yace en medio de “barreras socioeconómicas” que “no se pueden desmantelar”. Una alocución donde la pobreza es vista como una elección u opción; donde unos son celebrados y otros menospreciados, al llevar ciertas cosas. Al final, un pobre seguirá siendo examinado negativamente, mientras que un rico que actúe como pobre será elogiado como subversivo o inconformista. Una estética que “denota que quienes crean estas tendencias y quienes las siguen nunca han tenido que soportar ningún tipo de lucha palpable”, asegura.

Una sociedad cada vez más polarizada

En un tiempo donde las diferencias sociales son notorias, donde abundan problemas económicos en todo el mundo, y donde la cultura de la cancelación se encuentra al acecho, ¿por qué no titubeamos al comprar ropa vieja?

Christman-Campbell reflexiona ¿será un síntoma o una causa del descontento? Hoy en día, las sensibilidades están más volátiles que nunca. El escrutinio nos persigue a través de las redes sociales, atento a cualquier desliz digno de humillación pública. Las brechas acrecentadas han hecho que sea “políticamente incorrecto lucir la riqueza de uno”.

Entonces, si elementos inspirados en la pobreza llevan décadas rondando ¿Qué ha cambiado? ¿Nos hemos vuelto aún más insensibles ante la desgracia humana como para capitalizar su estética?

Los diseñadores defienden su obra como comentario social. Los consumidores, inconscientes del derroche, defienden la calidad y novedad como sustento del precio, sin darse cuenta del fondo del problema. La historiadora nos brinda un posible sustento: los indicadores de lujo y autenticidad están cambiando con mayor velocidad. Ella observa que antes había una distinción clara entre las ropas de trabajo, de casa y gimnasio. Hoy las sendas se mezclan. Igualmente, vestirse bien nunca ha sido más fácil y económico. Esto, lleva a los ricos a buscar cómo distinguirse, pues cuando “una moda se vuelve popular, ya no se le puede llamar moda”. Así, los ricos se balancean sobre un juego peligroso; uno que tiene a la autenticidad y la ostentación como dos caras de la misma moneda. Cuidado al lanzarla; no vaya a ser que caiga a un lado, en el momento equivocado.

Como habrás visto, la cuestión va más allá de la apariencia de un producto. Es un tema que invisibiliza problemas latentes de la sociedad, y que únicamente percibimos cuando surge una disonancia cognitiva: un sinsentido que nos lleva a preguntarnos el motivo de un diseño (como la apariencia extremadamente desgastada de las zapatillas Balenciaga).

Sara Moniuszko, de The Colombus Dispatch, sugiere que esta discordancia se produce cuando se asumen identidades que no les pertenecen; cuando se limitan a imitar un estilo sin transmitir un mensaje real. En tal caso, ¿por qué “las estrellas y las marcas se involucran en un estilo tan alejado” de su realidad?, pregunta.

Así, comenta que, la principal razón es el anhelo de identificación. Por ejemplo, las celebridades buscan acercarse a sus fans. “Intentan aparentar que nunca tuvieron privilegios para crear esa relación con sus millones de fanáticos de manera directa”. Es un esfuerzo por humanizarse, por buscar empatía y pertenencia en las masas, de “no vestirse como si estuvieras por encima de ellos.” Puede que se sumen sin la intención de ofender, pero al hacerlo, de una forma u otra, diluyen “nuestra capacidad de ver dicha comunidad.” Un movimiento erróneo, que no profundiza en el auténtico dilema de su musa.

Justin Bieber suele adoptar esta moda en sus shows

La superficialidad con la que se aborda la estética, perjudica a la perspectiva del arte de encontrar belleza en todo lado. El encanto que pueda suscitar lo ordinario, las cosas rotas o sucias, se queda en el plano trivial, frívolo y vacío, cuando la realidad se encuentra marcada por la división de clases. Moniuszko advierte: “Cuidado de no borrar a las personas que están pasando momentos difíciles, en el proceso de ver la belleza en la destrucción.”

Sea un acto guiado por la ingenuidad o ignorancia, o una decisión que pretende provocación; la glamurización (a.k.a. idealización, estetización, romantización) de la pobreza es un tema lejos de terminar. Sujeto a debate, es seguro que en los años venideros continuemos hablando de tal o cual diseñador que comercializa desde la controversia. Lo que sea indignación para unos, será sátira para otros. Solo espero, sinceramente, que la continuidad de dicha estética no signifique la decadencia de la sociedad; ni equivalga al desinterés o indiferencia hacia nuestra propia especie.

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