Hoy en día se habla mucho de deconstrucción. Los espacios, las formas y los volúmenes en la deconstrucción son protagonistas. No se desea ni se apoya la permanencia. Es mejor deconstruir. Así que también las funciones y los tipos son transitorios y no permanentes. El uso (y reutilización) de los edificios individuales da paso a su sustitución, en una lógica de consumo del edificio como si fuera un producto cualquiera. Por tanto, el «edificio» no debe ser estable, permanente en el tiempo.
Al contrario, un edificio sólido, de piedra, puede ser un problema porque habla más de permanencia y de la idea de reutilizar a la larga los edificios en su conjunto. Lo que significa diseñar edificios que no sólo sean materialmente duraderos, sino también capaces de seguir siendo culturalmente relevantes durante mucho tiempo. Intentemos reflexionar sobre los paradigmas opuestos de la permanencia y la deconstrucción, también desde una perspectiva sostenible.
Cuestión de términos
La deconstrucción no es un neologismo, como a veces se oye. El término ya existía en el diccionario con un sentido que oscilaba entre el desmontaje y el desensamblado de palabras típicas de una frase. Pero también para el desmontaje de las piezas de un objeto o una máquina. Cabe señalar que este término parece tener un uso propiamente lingüístico.
Sin embargo, algunas de las vanguardias de principios del siglo XX (sobre todo el Constructivismo) trasladaron sus significados (y métodos de desmontaje) también al campo de la arquitectura. Desde entonces, la llegada del diseño digital ha acentuado este proceso. Y el ensamblaje de los componentes arquitectónicos también se ha convertido en un proceso irreversible en vista de su producción industrial. Así, los edificios se parecen cada vez más a objetos. También porque se diseñan como tales. Se trata de una “destrucción” del concepto de estabilidad como permanencia y continuidad. Sustituido por el componente, una noción típicamente industrial.
La desestabilización del ser
Si la deconstrucción consiste en desmontar, en desprender las piezas de un conjunto o de un sistema, es evidente que hace hincapié en el descarte, la distinción, la diferencia. Según el escritor Philip K. Dick, “la información cambiante que percibimos como Mundo es una narración en desarrollo”. Sin embargo, la transición del viejo al nuevo siglo ha visto naufragar las promesas de liberación de lo posmoderno y ha acabado desestabilizando la identidad.
Casi como si no hubiera nada real, ahí fuera, con lo que contar, sino solo un juego de interpretaciones y manipulaciones metodológicas que hacen desaparecer el mundo real de la escena y con él la permanencia. Al reafirmar que debe haber un indeconstruible, intentamos restablecer una identidad precisamente porque hay un mundo sólido que es impermeable a nuestras manipulaciones e interpretaciones. Por eso el futuro de la deconstrucción, según algunos, está en la reconstrucción. Porque no está claro qué otra cosa que la realidad puede ofrecerse como alternativa filosófica y política en un mundo enfermo de cuentos de hadas.
Reconstruir la deconstrucción
El término permanencia, referido a la arquitectura, significa el mantenimiento y la afirmación en el tiempo de valores técnicos, funcionales y simbólicos. Indica, por tanto, la categoría existencial de un edificio. A nivel operativo, recuerda también la planificación de la permanencia y el diseño de la obsolescencia física y funcional, prioridades estratégicas para la realización de una intervención.
Hoy en día, el concepto de permanencia se contrapone cada vez más al de temporalidad. Se trata de dos paradigmas que, en su oposición, conducen a la investigación de importantes cuestiones técnicas y de política de la construcción con importantes repercusiones en otros sectores como la economía y, sobre todo, las políticas medioambientales. En otras palabras, es justo que la cuestión de la planificación de la duración de los edificios vaya de la mano de la necesidad de un uso más racional de los recursos disponibles, una cuestión, en este caso, puramente de sostenibilidad.
La Edad de Piedra
La piedra tiene potencial para convertirse en un material estructural bajo en carbono que por fin reaparece en el léxico estructural. Precisamente por su baja huella de carbono. Comparado con el acero y el hormigón, el material ofrece importantes ahorros en términos de sostenibilidad. Los fabricantes e ingenieros de cemento y acero hablan de versiones “verdes” de ambos, pero en el mejor de los casos ahorran un 40% si se tienen en cuenta todos los ahorros de energía y material. Mientras que la piedra sigue siendo un 98% inferior en su carbono embebido. Utilizando energías renovables, por ejemplo en las canteras, la piedra tiene casi cero carbono incorporado. Sin embargo, a pesar del potencial de ahorro de carbono, este material no se utiliza habitualmente como material de construcción moderno.
Un uso sostenible
Existe la creencia popular de que la piedra ya no existe. Sin embargo, se trata de una afirmación engañosa. Ciertamente, la proximidad de la cantera a la obra es importante para que el material se utilice de forma sostenible. Las investigaciones realizadas en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich sugieren que si la piedra se transporta más de 200 kilómetros en camión, puede dejar de tener sentido para su uso estructural en términos de reducción de carbono. También hay otras restricciones políticas y de asentamiento. Por supuesto, no queremos que surjan nuevas canteras por todas partes. La piedra debe seleccionarse y la procedencia debe ser correcta. Si las canteras no están bien equipadas, se puede producir mucha contaminación. Y se puede destruir el ciclo virtuoso.
Innovación y tradición
Con la piedra llevamos 20 años de retraso con respecto a la madera laminada. Solo ahora empezamos a ver que los arquitectos se cuestionan el uso de la piedra, ya no como revestimiento, sino como material portante, proponiendo lo que hace la madera laminada desde hace 20 años, como sistema prefabricado y perfeccionado. Hoy en día, hay empresas que cogen piedra de las canteras (sobre todo piedra de desecho) y la reutilizan para crear componentes prefabricados. Los bloques desechados se cortan en trozos más pequeños para facilitar a los ingenieros la comprobación de su idoneidad. Se les hacen agujeros y se pasan cables o refuerzos metálicos para conectarlos a los elementos de construcción prefabricados. Los elementos prefabricados pueden fabricarse como muros de varios tamaños, columnas de 50 centímetros y hasta seis metros de altura. Se produce una especie de hormigón nuevo para la industria de la construcción.
Un edificio se convierte en cantera de otro
En referencia a los métodos históricos de obtención de piedra, los expertos afirman que la spolia (término latino que describe el desmantelamiento de estructuras de piedra para reutilizarlas en nuevas construcciones) está experimentando un renacimiento. Un edificio se convierte en cantera para otro. En la antigüedad, este proceso se utilizaba para evitar el esfuerzo de cortar y tallar piedra nueva. Hoy en día, su ventaja radica en el coste de carbono de la reutilización. En lugar de tener que extraer la materia prima, los constructores góticos, románicos y renacentistas desmontaban los edificios de piedra para reutilizarla y reconstruir otros edificios, también de piedra. Era una especie de circuito virtuoso y sostenible.
Una nueva idea de la deconstrucción
El desmantelamiento de los edificios de piedra no está exento de costes en términos de carbono. Pero la longevidad y permanencia de la piedra es lo que la convierte en un material más sostenible. Hoy se habla mucho de deconstrucción y reutilización de componentes individuales de edificios, un proceso que sigue requiriendo energía. La construcción en piedra maciza habla más de permanencia y de la idea de reutilizar los edificios en su conjunto. Esto significa diseñar edificios que no solo sean materialmente duraderos, sino que también puedan seguir siendo culturalmente relevantes durante mucho tiempo.
Para más información: Reconstruir la deconstrucción de Maurizio Ferraris
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