¿De cuántos hilos está hecha la camisa que llevo puesta?
¿Cuántos colores?
¿Cuántas telas?
¿Qué diseños?
¿Cuántas manos han trabajado en ella?
¿Cuánto tiempo les llevó?
¿Cuanto cuesta?
Parecería una simple cuestión de números.
Sí, los números en la industria de la moda son enormes, al igual que la cantidad de personas que trabajan en ella. Hay aproximadamente 75 millones de personas empleadas en este sector. Hablamos de un mercado en crecimiento que prevé alcanzar una facturación de alrededor de 80.000 millones de dólares en 2023 (fuente: fashionunited.com). Datos válidos para China y Estados Unidos en primera fila, seguidos por Europa con Francia e Italia, y luego el Reino Unido y Japón.
Perfecto.
Parece un escenario idílico cuando se trata de facturación y estilo. Pero, ¿y si hablamos de las condiciones laborales en las que se encuentran trabajando día a día la mayoría de las personas implicadas?
Es importante recordar que esta es la segunda industria más contaminante del mundo después del petróleo. Tampoco debemos olvidar que la industria de la moda también es una industria con poca consideración por los derechos humanos.
Es preocupante y sorprendente reconocer que en el umbral de 2023, el lucro aún olvida y pisotea los derechos humanos de muchos. La lista de abusos contra trabajadores en China y Bangladesh, o en India, Camboya, Bulgaria y Turquía, a los que la comunidad internacional intenta oponerse, es larga.
El alma de esos colores y tejidos que elegimos para vestir todos los días parece tener una connotación oscura. Habla de tanto sufrimiento sobre todo en esa parte del mundo donde parece que podemos seguir explotando al ser humano con una común y normalizada indiferencia.
Una evolución similar a la regresión.
Se cosía a mano, las técnicas y los conocimientos se transmitían de madre a hija, como una importante riqueza intangible que daba poder a todas aquellas mujeres que expresaban su arte y habilidad, produciendo ropa. Aquella ropa única que requería dedicación, cuidado y pasión se heredaba y nunca se tiraba, se remendaba, atribuyéndoles aún más valor.
Una maravilla que se sentía cuando esa ropa se usaba.
Era moda. Fue la raíz de lo que fundó esa colosal industria que se ha transformado con el tiempo para acomodarse a la sociedad actual.
Actualmente tenemos infinitas opciones disponibles, puedes comprarlo en un par de minutos y a precios muy bajos en comparación con el pasado. Se llama fast fashion.
Se trata de un monstruo que parece no haber oído hablar del derecho a la salud, el derecho a un salario mínimo acorde con el costo de vida y la evolución creativa de los recursos humanos.
En la década de los 60, Estados Unidos producía el 96% de la ropa que usaba. Hoy en día fabrica sólo el 3%. El resto se procesa principalmente en los países en desarrollo.
Parece casi exótico.
Se sabe poco y no se conocen las mujeres que modelan el alma de esas prendas. Vivimos muy lejos de esas fábricas en ruinas. Todos los días acuden mujeres, hombres y muchos menores de edad a soportar 15 horas de duro trabajo por un salario que no alcanza el mínimo exigido. Se habla de un par de dólares al día en condiciones de trabajo extremadamente insalubres.
Han pasado casi 10 años desde la catástrofe de Rana Plaza. El evento sacó a la luz un problema que había sido ocultado o ignorado por mucho tiempo. El derrumbe de ese edificio causó más de 1100 muertos y más de 2500 heridos. Hoy, muchas más son las víctimas en tantas otras fábricas y no solo en Bangladesh. Nos encontramos ante uno de los muchos ejemplos donde la industria de la moda y los derechos humanos no van de la mano.
En el documentario “The true cost” del 2015, se muestran otras catástrofes que parecen no tener fin.
Mercado global con problemas globales de derechos humanos.
La presión de los precios, que tiende a ser cada vez más bajo, amortigua la producción mundial. Un producto se fabrica donde la mano de obra es más barata que en el país donde se vende. Al final de la cadena de producción, el consumidor decide gastar poco con la ventaja de poder reponer el artículo adquirido lo antes posible. En la base de esa cadena está la explotación de la mano de obra necesaria para la producción del bien en cuestión.
Es legítimo denunciar, además de la explotación de los recursos humanos, la contaminación de inmensas tierras destinadas a la producción intensiva de plantas de algodón, modificadas genéticamente para soportar el uso de pesticidas y fertilizantes químicos que favorecen su crecimiento. Los tintes, químicos y polvos producidos en ambientes de manufactura son también la causa de importantes enfermedades relacionadas con el sistema nervioso-cerebral, que matan a niños de comunidades enteras pobres en recursos para curarse.
Es un mercado global tan global como el problema que trae consigo.
La conexión entre la industria de la moda y los derechos humanos en un escenario global puede parecer ajena a la vida cotidiana. La catástrofe no está lejos de nuestro armario, y esa ropa que vestimos tiene un alma oscurecida incluso por nuestras decisiones individuales.
También hay poca distancia temporal. En el 2020, la empresa Boohoo del Reino Unido se convirtió en protagonista del escándalo bautizado como «sweatshop», precisamente porque, como describe el término, la prensa denunció la terrible condición de las personas empleadas, víctimas de la esclavitud moderna debido a un salario inadecuado y trabajando en condiciones no acordes con las normas de seguridad establecidas. Si bien en los últimos dos años la empresa se ha esforzado por mejorar sus prácticas, no se percibe ningún mejoramiento. Sorprendentemente, los eventos no tuvieron lugar lejos de miradas y oídos curiosos, sino bajo las narices de todos en Leicester, Reino Unido.
En acción.
A nivel internacional, no existen normas obligatorias que cubran todos los aspectos de la responsabilidad social. Este vacío normativo constituye, por tanto, un problema importante para el respeto de los derechos humanos y laborales en todo el mundo. En el 2011, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas adoptó principios guías sobre las empresas y los derechos humanos basados en tres pilares: la obligación del Estado de proteger a las personas de los abusos de los derechos humanos por parte de las empresas; la responsabilidad ética de las empresas de respetar los derechos humanos; la responsabilidad de los estados y las empresas de proporcionar remedios efectivos. Basado en principios de soft laws (por lo tanto, no vinculantes), todo esto no es suficiente, las empresas están obligadas a ser éticamente responsables, un concepto que no es obligatorio y mucho menos punible.
Una propuesta reciente por parte de la Comisión Europea pide fortalecer la sostenibilidad de la industria de la moda (interesante la iniciativa contra el greenwashing), y sobre todo la reducción de la mano de obra fuera del país de venta. Detrás de esta propuesta están las numerosas peticiones de las ONG que se movilizan desde hace tiempo para repristinar el mundo de la industria de la moda, devolviendo la dignidad a las personas que han sido privadas de sus derechos humanos.
Responsabilidad común para sensibilizarnos en la compra consciente. Marcas de segunda mano, por citar algunas como Vinted (online) y Humana (territorio español), venden prendas extraordinarias a precios módicos.
La ropa es una forma de comunicación que llevamos constantemente.
Es un deber mostrar y darle luz al alma de esas vestimentas que llenan nuestros hogares, que son nuestra segunda piel, y que no se pueden pisotear los derechos de quien teje esos preciosos hilos.