La regularización de las fábricas, el «premio verde» del mundo textil
La regularización de las fábricas se presenta como un programa de transformación con muchas ideas y varias iniciativas. ¿Pero en qué consiste, exactamente? ¿Y qué proyectos pioneros ha suscitado hasta ahora?
La regularización de las fábricas: una mirada más ética y medioambiental
No solo ha aumentado en cantidades millonarias la vestimenta y el prestigio de la moda; también ha fomentado el empleo y la economía global. Hablamos del sector textil, cómo no, uno de los principales bancos financieros del mundo. Con todo, y pese a su aportación positiva, tampoco puede negarse el impacto negativo de este sector en el medio ambiente, responsable de buena parte de la contaminación industrial que ahoga actualmente al planeta.
Sí, el mundo textil y de la moda tiene su lado oscuro, horrible y reprobador. Y su mancha antiecológica no es (ni ha sido) el menor de sus agravios. Talleres clandestinos, trabajadores explotados, mano de obra vulnerable, inspecciones laborales burladas, precarias condiciones sanitarias, alarmantes infracciones legales… Etc. Y todo en pro de ahorrar en costos de producción.
Y es justo en este contexto donde surge la urgente y acuciante necesidad de implementar una regularización de las fábricas de ropa. ¿En otras palabras? Poner en marcha medidas viables y efectivas para controlar la producción textil, esta vez con un enfoque mucho más ético y bastante más medioambiental.
¿Sabías que la producción textil es la segunda más contaminante del mundo?
Que el negocio de la moda deja una huella catastrófica en el medioambiente es un secreto a voces. No en vano a esta actividad se le atribuye entre el 3% y el 10% de las emisiones de carbono, nada menos, y eso a nivel global. Lo recoge, lo afirma y lo denuncia la consultora británica ‘The Carbon Trust’, en su informe del 2020 sobre las consecuencias medioambientales de las semanas de la moda .
¿A qué se debe? A su medio de transporte prioritario, básicamente. El aéreo, en esencia, responsable de dejar tras de sí y por todo el mundo del 2 al 3% de las huellas de CO2. Pero el impacto de la fabricación textil va más allá incluso de su rastro de carbono. El consumo excesivo del agua ha convertido a este negocio en un enemigo de los recursos naturales. Enemistad reafirmada por su tendencia a contaminar ríos y lagos, por cierto, amén de usar productos químicos de lo más tóxicos.
De hecho, y según la Fundación Ellen MacArthur, el sector textil genera 1.2 mil millones de toneladas de CO₂ al año, más o menos. Es decir, el 10% de las emisiones globales. Unas estimaciones a las que se suman las 500.000 toneladas de microfibras que se vierten al océano (cada año), derivadas a su vez del lavado de textiles sintéticos. Toda una contaminación marina que es imposible pasar por alto.
Unas alarmantes cifras que, por suerte, han ayudado a crear conciencia social y medioambiental sobre la producción textil, su impacto y el modo y ritmo de consumición de la ropa. Lo que a su vez ha contribuido a alimentar un movimiento muy actual, en defensa de un cambio sostenible. La regulación de las fábricas textiles se yergue, por tanto y ante este panorama, como una posible solución ecológica. ¿En qué sentido? Promoviendo la sostenibilidad, por un lado, sin perder de vista el respeto por los derechos humanos, por otra parte.
Regularización de las fábricas: de la transparencia de suministros al endurecimiento de las leyes
Garantizar la transparencia en cada uno de los eslabones que componen la cadena del suministro textil es, sin duda alguna, una de las primeras medidas necesarias a tomar. ¿Y por qué? Ya que son muchas las marcas que subcontratan su producción, delegando esa tarea a fábricas que operan en condiciones poco éticas.
Hablamos de puestos donde la explotación laboral, primero, y el impacto ambiental, después, es muy alto. Por lo que apostar por sistemas que exijan a las empresas proporcionar información detallada sobre dónde y cómo se fabrican sus productos resulta prioritario y esencial en esta campaña y lucha. Máxime cuando la trazabilidad puede ayudar a identificar y a eliminar la explotación de los trabajadores, la contaminación y demás prácticas perjudiciales.
En este sentido, puede decirse que los sellos de certificación juegan un papel crucial. Y es que su cometido no es otro que asegurarle al comprador que las fábricas de la marca de la prenda que está apunto de adquirir, cumplen tanto con los estándares éticos como con las exigencias medioambientales.
Por otra parte, no cabe duda de que la regularización de las fábricas también pasa por hacer más estrictas las emisiones de carbono de las empresas textiles. Hablamos de pautar límites, sí. Límites marcados por las autoridades gubernamentales e internacionales. Barreras que establezcan índices más bajos de emisión, miren por el tratamiento de las aguas residuales, y hasta les exijan invertir en tecnologías más limpias. ¿En otras palabras?
Blandir la legislación para incentivar a las empresas a desarrollar procesos más sostenibles, sobre todo en aquellas regiones donde la producción textil es especialmente alta. Empezando por el uso de energías renovables, por ejemplo, y continuando por el reciclaje de agua, sin ir más lejos. Sin olvidar poner en marcha políticas más rigurosas que vigilen el uso de químicos tóxicos, y hasta controlen la gestión de residuos.
No menos importante es poner fin al consumo lineal y fomentar la economía circular. Y es que reutilizar y reciclar continuamente los recursos es otra medida a favor de la regularización de las fábricas textiles. Lo importante, en este punto, es dejar atrás el modelo consumista donde la vestimenta se fabrican, primero, se consumen, después, para acabar luego desechados, finalmente. ¿La respuesta, ante esto?
Fomentar la creación de productos a partir de materiales ya reciclados. Pero también reducir la demanda de recursos vírgenes, abogar por el uso de fibras reutilizables, y promover colecciones de ropa de segunda mano.
La regularización de las fábricas no puede dejar de lado el enfoque ético
Un término que, en materia empresarial, se debe traducir en fomentar y respetar unas condiciones laborales justas y dignas. Y como línea a seguir, los que reseña la OIT u Organización Internacional del Trabajo.
Cabe recordar, en este punto, que muchos de quienes trabajan en estos puestos textiles lo hacen en condiciones peligrosas. Por no hablar de sus jornadas, largas y extenuantes; y todo a cambio de un salario bajo. Las marcas de ropa deben asegurarse y responsabilizarse, por tanto, de que sus proveedores y fábricas cumplan con los estándares laborales internacionales. ¿Un modo de asegurarse de que tales estándares se obedezcan, realmente?
Realizando auditorías laborales independientes, por ejemplo. Auditorías transparentes y públicas, además. La medida, básicamente, permitiría que los consumidores tuviesen más información sobre las marcas que planeen adquirir y, a partir de ahí, tomar una decisión en consecuencia.
Prueba de la importancia de mantener bien informado al consumidor es el hecho de que algunas marcas ya han comenzado a utilizar etiquetas verdes. Etiquetas informativas y claras que además detallan la huella ecológica de cada prenda. Una medida de regularización de las fábricas que puede tener aún más efecto, conforme se eduque y conciencie mejor al consumidor.
Porque resulta indiscutible que cuando los consumidores exigen cierto tipo de productos, las marcas se ven obligadas a adaptarse a tales demandas. Un requerimiento de compraventa que puede jugar a favor de la transformación de esta industria, induciéndola a girar hacia un modelo más sostenible y ético. La pregunta, llegados a este punto, es si es posible empujar a los consumidores hacia la sostenibilidad textil.
La respuesta es un rotundo sí. ¿Cómo? Recurriendo al viejo truco de las campañas de concienciación. Estrategias que le enseñen al consumidor cuál es el impacto medioambiental y social de la ropa que compra.
Los incentivos gubernamentales y las políticas fiscales también resultan, por último, un modo interesante de fomentar la regularización de las fábricas. Se trata, en suma, de premiar a las empresas textiles que adopten y pongan en práctica pautas sostenibles, ya sea con subvenciones o con reducciones de impuestos. Un reconocimiento económico y político que también podría darse a aquellas fábricas que mejoren las condiciones laborales de sus empleados, o a aquellas que inviertan en tecnologías limpias.
En contrapartida, tampoco sería descabellado castigar fiscalmente a las empresas que no cumplieran con lo establecido. ¿Traducción? Implantar políticas fiscales que desincentiven la producción insostenible. ¿Cómo, exactamente? A través de una imposición de impuestos ambientales, básicamente. Un castigo aplicado a las fábricas que superen el límite de emisiones de carbono, o que generen grandes cantidades de residuos.
Una base de datos para las cadenas de suministro, la nueva cara sostenible de lo textil
Una ofrenda de paz, una hoja verde y ecológica. Así se presenta en esencia la última idea de la prefectura de Milán, difundida hace unas semanas por BoF , tras proponerse lanzar una base de datos sobre la cadena de suministro en la capital lombarda. La medida no lo esconde: proteger el ‘Made in Italy’ es su meta prioritaria; y si para ello ha de controlar más de cerca la producción italiana, que así sea.
Según el desglose de sus detalles, esta medida de regularización de las fábricas solo se aplicaría a la región de Lombardía, de momento. Su modus operandi, en todo caso, no es otro que crear una plataforma centralizada que sirva para auxilio y guía de los productores.
Una base de datos que, además, permita cargar y volcar cuantos documentos sean necesarios para certificar la legalidad de los lugares de trabajo. Un esquema de actuación que, en suma, podría fomentar la regularización de las fábricas, sí. Haciendo otro tanto con las marcas y las autoridades, especialmente las encargadas de realizar las inspecciones.
Para muchos dirigentes envueltos en este proyecto, implantar esta base de datos podría ser la solución a un problema que, desde hace años, afecta a todo el sector productivo nacional. La tarea es compleja, cierto. Pero el reunir en un único acceso todos los documentos e información personal de las fábricas de Lombardía bien podría superar el ser una simple iniciativa aún en debate, y convertirse en todo un ejemplo de innovación.
Regularización de las fábricas: porque ya no es cuestión de fabricar más, sino mejor
Resumiendo, el mundo de la ropa está empezando a demostrar que puede ser positivo, en términos de sostenibilidad. Desde el diseño y la elección de materiales, hasta la participación del consumidor y las condiciones de trabajo, pasando por la dirección estratégica y la producción de los desfiles. Ramas y secciones que cada vez más optan por conseguir los objetivos habituales, y no siempre de la manera más tradicional y contaminante.
Sí, el control de la producción y la regularización de las fábricas textiles es esencial, si realmente se pretende disminuir el impacto de esta industria en el planeta. Un enfoque ético y medioambiental que a su vez puede mejorar las condiciones laborales de millones de trabajadores en todo el mundo.
Basta con que la intervención de los gobiernos se alíe con el apoyo de los consumidores, para empezar a transformar la industria textil en una fuerza mejor. Una alianza que, bien llevada, podría promover la justicia social, protegiendo al mismo tiempo el medioambiente. El progreso, en todo caso, pasa por los consumidores, quienes tienen en sus manos el poder marcar la diferencia. ¿Cómo? Exigiendo productos más respetuosos, sí; y consumiendo prácticas e iniciativas verdaderamente ecológicas.
Porque lo importante, en esta lucha por establecer una mejor regulación de las fábricas, es rendir tributo y homenaje a los derechos humanos y a la justicia medioambiental. Haciendo otra reverencia, de reconocimiento y conciencia, ante la artesanía y la innovación, la economía circular y la inclusión.