El impacto de la guerra

¿Cuán graves son sus consecuencias para el medio ambiente?

Author
M. Bishop

Muchas e incontables han sido las luchas que ha presenciado este planeta. E innumerables los cuerpos y estructuras que se han vuelto polvo y cenizas en el fragor de dichas batallas. Pero el impacto de la guerra, tiene muchas repercusiones. Entre ellas, una víctima silenciosa; el medio ambiente. 

Poblaciones asediadas, paisajes pisoteados, recuentos de bajas, destrucción de infraestructuras, lanzamiento de obuses y misiles, disparo de artillería pesada, fotografías de tanques y lanzacohetes en acción… Así son las guerras. Una especie de banco de muerte y caída donde las pérdidas se cuentan a cientos y a miles, parapetadas tras maniobras militares. Donde el hambre y la sed y la vulnerabilidad forman tan parte intrínseca del polvo y los cascotes y los escombros como lo son los hospitales derrumbados, los aviones abatidos, la paz esfumada y las plantaciones echadas a perder.

El impacto de la guerra. Después De La Explosión En Kiev
Imagen de Alex Ustinov – Después De La Explosión En Kiev

¿Pero por qué se habla del impacto de la guerra y qué implican exactamente estas palabras?

Más que un volcán, un huracán o un terremoto. Toda guerra es un torbellino de destrucción que arrasa todo cuanto se encuentra a su paso, espíritus y vidas humanas, incluidas, por supuesto, pero también fortalezas de flora y fauna, y eso es un hecho

Y es que pensar que la guerra y sus secuelas solo afecta e involucra a las personas, únicamente, es tan egoísta y egocéntrico e ingenuo, como falso e incorrecto y muy, muy corto de miras. Hablamos de un tipo de conflicto que en su recuento de males no distingue entre noche y día o tierra y agua, después de todo, y que a la hora de golpear no duda en llevarse por delante bosques y piedras, animales y vegetales, agua y suelo.

¿Cuál es la resonancia que tiene sobre el medio ambiente?

Es cierto que llegar a calcular el impacto de la militarización con la crisis climática, siempre con un conteo de emisiones de CO2. Es bastante complicado, limitando su estudio en profundidad; sobre todo después de que se excluyeran del Protocolo de Kyoto en 1992. Primero, para convertirse en 2005 en un mero reporte voluntario para los países, en admisión y concesión al Acuerdo de París.
Actualmente, de hecho, son datos que los gobiernos nacionales esconden bajo la alfombra de otras categorías, siempre dentro de los códigos contemplados en el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, o eso se desprende de la protesta que el grupo de investigación Concrete Impacts emitió hace un tiempo a través de su página web oficial.

Imagen de Fatima Shbair/AP - Bombardeos Gazza
Imagen de Fatima Shbair/AP – Bombardeos Gazza

A juzgar por lo que denunció este compendio de expertos, mientras algunos países se excusan en una supuesta necesidad de seguridad nacional para eludir la responsabilidad de publicar sus datos de emisión. Otras regiones estatales hacen trampa y no detallan sus emisiones militares en la categoría del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), el correcto; optando en cambio por camuflarla entre las de búsqueda y rescate e incluso entre las de defensa civil.
Y pese a todas estas trampas y al empeño de los países por ocultar sus datos de contaminación bélica, es innegable que existen y que son imposibles de ocultar del todo, y ese es un secreto a voces. Tanto es así que atrás han quedado los tiempos en que las secuelas y repercusiones de los conflictos bélicos solo se medía en tragedia humana.

El impacto de la guerra y cambio climático

Por desgracia, a la sociedad no le ha faltado guerras y postguerras en su historial. Huellas sangrientas vertidas siglo sí y siglo también, con las que abrir los ojos y darse cuenta de que el medio ambiente no ha sido (ni es) un mero espectador de su modo de matarse entre sí, por muy al margen que permanezca siempre del sentido humano de infringir violencia y destrucción.
Sí, el estallido de la guerra es, para la naturaleza, un periodo de sufrimiento donde su entorno y los sistemas que lo gestionan se degradan rápidamente y a ojos vista, con acciones que implican peligro y ponen en jaque la biodiversidad de su ecosistema. ¿En otras palabras? Cambio climático y más cambio climático.

La detonación de más de 2.000 bombas nucleares que obligaron a los bosques a cambiar su geografía. Así también la antigua costumbre de arrojar armas y municiones al mar, liberando compuestos tóxicos que expusieron a un mayor peligro la vida y supervivencia de los ecosistemas marinos. Sin mencionar la sombra radioactiva que aún hace vacilar a la composición de la atmósfera.

El ser humano como principal indiciado

Los ejemplos son muchos, no, muchísimos.
Y todos comparten el dedo acusador apuntado hacia la humanidad, responsable de causarlos. Prueba de ello son los muchos análisis e investigaciones que ya pueden leerse desde el foco de los ecologistas. Quienes han descrito y desglosado de manera incansable el impacto de la guerra en el suelo, en los océanos y en la propia atmósfera.

Ahora bien… ¿Ello ha bastado para cambiar la forma de mirar y tomar conciencia real y plena del daño al medio ambiente? ¿Ha sido suficiente para proteger al ecosistema? La respuesta a ambos interrogantes es un rotundo no, desafortunadamente.

Imagen de Liliāna Legzdiņa – Manifestación contra la guerra, cartel belaruso

Entonces, ¿se puede hablar del impacto de la guerra a nivel medio ambiental?

Chloé Meulewaeter, doctora en Cultura de Paz del Centre Delàs d’Estudis per la Pau y actual directora de la Alianza Iberoamericana por la Paz (AIPP), lo tiene muy claro; y su respuesta es un rotundo sí. En opinión de esta experta, no hay conflicto armado que no atente contra la diversidad del ecosistema. No importa la forma en que se desate un arrample guerrillero, se ejecute ya sea por aire, mar o tierra. No vacila en dejar el suelo estéril y en contaminar los acuíferos. En un proceso de debilidad cuyas secuelas duran años. Eliminando o hiriendo de gravedad la flora autóctona; y todo ello mientras mata o hiere u obliga a desplazarse a la fauna del lugar.

Por su parte, para la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). Asegura que las luchas armadas con escala civil o mundial sí tienen una repercusión bastante negativa en el ecosistema y en la naturaleza. Prueba de ello es el llamado a la atención y a la conciencia que todos los años reclama esta entidad a modo de efeméride mundial. Especialmente desde que en 2001 declaró al 6 de noviembre como el Día Internacional para la prevención de la explotación del Medio Ambiente. Pensando tanto en la guerra como en los conflictos armados.

¿Qué esfuerzos se llevan para contrastar el impacto de la guerra?

¿Sabías que el 40% de todos los conflictos bélicos desatados en el mundo guardan relación con la explotación de los recursos naturales? Y eso como mínimo. Así lo asegura la ONU entre las líneas de su Programa de Medio Ambiente. Recalca que este abuso de la naturaleza se practica en nombre de sacarle partido abusivamente. Ya sea al petróleo o al oro; dos grandes fiebres de codicia que padece la humanidad. Involucrando en su explotación a otros recursos como el agua, la madera y la fertilidad del suelo.

La Organización de Naciones Unidas no ha sido la única entidad con renombre en reconocer que sí existe un impacto de la guerra a nivel medioambiental. En los registros del CEOBS o Conflict and Environment Observatory, lo que en castellano conocemos como Observatorio de Conflictos y Medioambiente. Por cierto, se recoge incluso una clasificación de las batallas humanas y sus muchos reveses al ecosistema.
¿Lo más peculiar de este estudio hecho archivo? El impacto de la guerra clasificado en tres modalidades, al menos a ojos de esta entidad. Véase los anteriores al conflicto en sí, los que se producen de manera simultánea, y los posteriores, esos que persisten aún después. Tres tipos de huellas que se acumulan y retroalimentan unas a otras, hasta convertirse finalmente en una herida indeleble que deja a la Tierra herida y ajada y renqueante.

Imagen de CEOBS - Lucy Pinches de Mine Action Review pronunciando la declaración durante el 27º NDM
Imagen de CEOBS – Lucy Pinches de Mine Action Review pronunciando la declaración durante el 27º NDM

La construcción de recursos militares es uno de los impactos anteriores de toda guerra

Según el citado estudio de la CEOBS, acompañado del mantenimiento y el transporte de tales fuerzas bélicas. Por un lado, así como el someter al suelo a un uso continuo de ensayos militares, por otra parte. ¿Ejemplo de esto? El hecho de que el 1% de la superficie terrestre, nada menos, se emplee como patio de entrenamiento de un ejército, o eso señalan tanto Rick Zenteiz como David Lindenmayer en su estudio Bombing for biodiversity.
Para alcanzar a entender porqué este uso armado del suelo es tan tóxico para el planeta, hay que tener en cuenta que cada entrenamiento militar revuelve los paisajes naturales, dispara emisiones al aire, y hasta altera los hábitats marinos y terrestres, y así lo denuncian desde este Diálogo Internacional sobre Municiones Submarinas.

¿En otras palabras? Que los entrenamientos bélicos equivalen a más impactos medioambientales. Y ahí están como ejemplo la contaminación acústica y química. Tanto de los explosivos militares como de los vehículos del ejército, mismamente, que vomitan vertidos y emisiones de CO2, mientras engullen combustibles fósiles y parasitan altísimas cantidades de recursos.

A esta ocupación militar de terrenos naturales se suma una indefensión mayor ante las catástrofes humanas por parte de tales suelos. Si bien no ocurre con todas las áreas militares (hay que ser justos) buena parte de estos patios de entrenamiento dificultan, si es que no bloquean directamente, que los ríos o valles o las montañas vecinas en ese asentamiento terrestre gocen de una protección mayor bajo el estatus de zona ecológica protegida. Una indefensión que se traduce en incidencias, daños, residuos y destrucción.

Revestimiento de cubierta rasgado del V 1302 John Mahn que fue dañado por la bomba que golpeó en medio del barco
Revestimiento de cubierta rasgado del V 1302 John Mahn que fue dañado por la bomba que golpeó en medio del barco

Una puñalada al corazón de la tierra

Del conflicto de Vietnam a la lucha en Yemen, pasando por la guerra de Ucrania
Pero el oscuro historial del impacto de la guerra no acaba aquí. Ni siquiera a nivel anterior al conflicto, ya que las pruebas acusatorias también involucran a los mares, que acaban convertidos en vertederos donde se arroja la munición. Y aunque en 1972 entró en vigor la prohibición de esconder en las aguas del océano los restos de la militanza, gracias a que se puso en acción el Convenio de Oslo, aún hoy son muchos los restos armadísticos que yacen hundidos en el fondo del mar, transformados en eso que señalábamos antes, vertidos militares.

Vertidos que a su vez arrastran grandes cantidades de compuestos químicos que se filtran en el ecosistema de la fauna y flora marina, exponiendo a estas zonas a una alta contaminación.
Sin ir más lejos, la guerra de Yemen ha sido un perfecto modelo de cómo arruinar la imprenta vegetal. Tal y como se hace eco la revista SCIDEV en su exploración sobre los bosques de Yemen y la crisis de combustible que aún hoy sufre dicho país, siguiendo con su línea editorial de unir ciencia con desarrollo, y manifestarla en noticias y análisis.

Efectos adversos

Hablamos, en suma, de un conflicto bélico donde se alcanzaron nuevas cuotas de deforestación. ¿De qué manera? Al desaparecer la seguridad política y los cimientos económicos y, con ello, empujar a la población a la caza furtiva, en busca de comida. Instándola asimismo a arramplar con todo principio de material de madera y el carbón, para así combatir el frío y arañar algo de calefacción.

Imagen de Diego Herrera Carcedo - Soldados ucranianos avanzan a través de un bosque destruido por los combates en dirección a Kreminná, una ciudad ucraniana perteneciente al óblast de Lugansk
Imagen de Diego Herrera Carcedo – Soldados ucranianos avanzan a través de un bosque destruido por los combates en dirección a Kreminná, una ciudad ucraniana perteneciente al óblast de Lugansk

Una tala de árboles y una quema de cosechas que se hacía también y ya de paso para debilitar al bando enemigo. Aunque en los márgenes de búsqueda de alimento y de calor se volvió sinónimo de dependencia. Una dependencia practicada que al consumirse se vuelve en contra de la ya vulnerada atmósfera, al transformarse en una mayor cantidad de exalación de gases, especialmente esos de efecto invernadero.
¿Mejor talar árboles y conseguir madera para quemar que morir de frío? Sí, por supuesto, y más con el instinto de supervivencia de por medio. Pero este impacto de la guerra deja una huella que se acumula y acumula en el aire, intoxicando a la naturaleza. Arriesgando la supervivencia del entorno, debilitando al medio ambiente y, con ello, perjudicando a la flora y fauna que lo inhala. Condenando a muchas de ellas a su extinción.

¿Más ejemplos del impacto de la guerra en el medio ambiente?

El modo en que las marismas de Mesopotamia se vieron reducidas a un desierto de sal. Mismamente, cuando estas cayeron en manos del ejército de Sadam Hussein durante la Guerra de Irak. Hablamos no solo de un paraje natural, sino además de uno de los mayores ecosistemas de humedales con los que contaba Oriente Próximo. Unas marismas que recibieron tal revés de drenaje que apenas sobrevivió el 10% de su extensión, únicamente.

La aparición del Agente Naranja, asimismo, fue otro terrible ejemplo del empeño del ser humano en trastocar el ecosistema con sus conflictos. Protagonista inolvidable de la guerra que fragmentó a Vietnam durante la década de 1961 hasta 1971. Se trató de un producto químico que se empleó para acabar con la fertilidad de una basta extensión de terreno del sur del país, en aras de abrirle al ejército una ruta por la selva, y consiguiendo en el camino destruir buena parte de los bosques de la región.

Un avión rocía agente naranja sobre un bosque en el norte de Vietnam en 1966
Un avión rocía agente naranja sobre un bosque en el norte de Vietnam en 1966

Bastión más reciente del impacto de la guerra en el medio ambiente es la Guerra de ucrania. Sin embargo, conflicto que en sus más de dos años en activo ya ha acumulado a la espalda inolvidables crímenes ecológicos, como la destrucción, en mayo del 2022, de las reservas de agua contaminada, después de sumirlas en una lluvia de bombas. Residuos tóxicos que, para colmo de males, acabaron bañando e intoxicando las plantas de agua potable.

Cuando el alto al fuego no pone fin al abuso contra el ecosistema

Cabe añadir, de igual manera, que en la lista del impacto de la guerra a nivel posterior destaca la contaminación del agua. Enturbiada por esas sustancias químicas filtradas a través del suelo. Tal y como recuerdan desde el Observatorio de Conflictos y Medioambiente; una toxicidad que a efectos prácticos significa otra fuente de pérdida de cultivo.

Y al igual que sucede con el efecto dominó, a menor cultivo, menos fuentes de producción alimenticia; una disminución de alimentos que desemboca en hambruna. Una crisis de hambre que empuja a la migración de la población y los comprime en campamentos de refugiados. Una cantidad masiva de gente asentada que, a su vez, aplasta el terreno y acaba desbordando la capacidad de carga del terreno y su ecosistema.

Todas estas manifestaciones de consecuencias medioambientales que toman forma en la amenaza del impacto de la guerra se suman a otros peligros poco ecológicos del ser humano. Una vulnerabilidad que obliga al ecosistema a luchar por su recuperación y estabilidad, haciéndolo además contra viento y marea, en una batalla que lleva décadas librando.

Esto es lo que sucede, de hecho, con la pesca de arrastre, esa que no hace sino destrozar el fondo marítimo; o con la minería, que no duda en reventar el entorno mientras permanece a cielo abierto; e incluso con La ganadería masiva, esa que asfixia la biosfera, al tanto la invade de monocultivos y pesticidas, destruyendo e intoxicando su biodiversidad.

¡Respondamos hoy a la pregunta del millón!

En definitiva, puede decirse, como conclusión de este repaso por el impacto de la guerra y las muchas caras que puede llegar a adoptar este peligro, que todo conflicto armado entre personas es una herida que tarda en dejar de sangrar, sí, pero aún más en cicatrizar; un plato roto que también acaba pagando la biosfera, qué duda cabe, mientras las repercusiones de sus esquirlas se convierten en daños casi irreversibles, desafortunadamente, incluso mucho después de que los cañones hayan callado su bombardeo.